Payaso y vago

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Ian regaba el jardín con el cuello estirado y la mano en la cadera, acomodando ocasionalmente su elegante bata. Asentía arrogante, convencido de que la dulce crítica del quisquilloso fantasma hacia su hogar, era bien merecida.

Aquel barrio era tan antiguo como el de Jacob, no obstante, el diseño de las viviendas era totalmente diferente. Poseía una sola planta con siete habitaciones, cuatro baños, amplia sala de estar al frente y otra más pequeña tras el pasillo, con vista a la terraza.

La cocina soñada poseía un comedor secundario y una despensa de cuatro metros cuadrados. Incluso la empleada doméstica poseía su propia casa al fondo de la propiedad. En la cochera podían guardarse tres vehículos, mas Ian la había acondicionado como gimnasio personal.

Con al menos quince metros de antejardín y seis en la terraza lateral, donde Ian regaba pacientemente los rosales junto a la piscina, la casa no estaba ni cerca de las de los vecinos: se disfrutaba el privilegiado silencio de un condominio cerrado.

Aquello era hablar únicamente de las descaradas dimensiones de la propiedad. Sus lujos y elegante diseño eran los verdaderos focos de atención del fantasma; el mobiliario antiguo de estilo victoriano, por sobre su belleza y elegancia, era 100% genuino. Cada cortina, alfombra, estatua, pinturas y adornos variados, seguían el mismo exquisito patrón, cambiando sutilmente las tonalidades en cada habitación.

Como toque final, la inmaculada limpieza significaba un deleite para el obsesivo Hangi; ni una partícula de polvo acosaba sus ojos, y la fragancia del jazmín real, formando un arco en la entrada principal, llenaba cada rincón... O al menos el fantasma podía olerlo, a pesar de que sus flores se hallaran secas.

La vivienda debía tener un siglo, eso basándose en el ostentoso tamaño de la encina al fondo del sitio, los arces japoneses junto a la piscina, y el parrón que cubría la terraza. «Ay, el mosaico». Era un placer para sus ojos. No podía dejar de admirar el desquiciado y simétrico orden de las baldosas, en cuyo centro se hallaba un juego de comedor de hierro forjado pintado de blanco, con mesón de cristal.

«Jacob me advirtió que Ian era millonario. Yo no le creí», rió del descabellado descubrimiento y regresó su atención a Ian. Fue capaz de guardar aquel comentario... pero sólo ese.

—Jamás hubiera imaginado que un payaso flojo y vago como tú viviese con semejante lujo —asintió convencido, admirando el lugar con las manos unidas en su espalda—. Tus padres te dejaron el camino demasiado fácil, ¿eh?

Oírlo ya no era divertido para Ian, cuyos ojos se ensancharon casi tanto como su boca abierta. En tanto su padre, un viejito de 78 años que descansaba sentado en el sofá columpio cerca de ellos, soltó las carcajadas.

El chico nuevo, sin importarle de dónde había salido, le agradó al señor.

A diferencia de la gente común, y siendo una sorpresa para su hijo, podía percibir al espíritu con naturalidad a pesar de su mala vista y oído, sin siquiera notar que se trataba de un fantasma. El anciano era ajeno a esos temas.

—¡¿Payaso?! —espetó Ian, alzando la voz. Era difícil saber si realmente se había ofendido o sólo bromeaba; su boca denotaba enojo, pero sus ojos sonreían—. Traidor, ¡creí que te gustaban mis chistes!

—Algunos —meditó su amigo en voz alta. No era su ofender con su sinceridad.

—Ya valiste; no te invito más a mi casa.

—Chiste me parece que quieras dejar este lugar para vivir en casa de Jacob. ¿Estás tonto? —su duda era totalmente seria.

—¡Oh!, amigo... —Ian suspiró lanzando el chorro de la manguera con fuerza hacia las plantas altas, fijando la vista en las nubes para dar a sus palabras mayor profundidad—. Cuando los jóvenes crecemos... debemos volar y dejar el nido.

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