Espíritu perdido

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Arabesque · Claude DebussyClassical Piano Chillout 2℗ 2010 Richard CanavanReleased on: 2010-03-02


Viernes 13 de noviembre de 1992

6:00 PM.


Tras sus últimas notas, el espíritu acarició las teclas y sonrió agradecido hacia el piano. Sacudió la cabeza para despejar el cabello de sus ojos, antes de voltear hacia su espectador.

La admiración ajena, el amplio arco blanco en el rostro de Jacob, le causaba un cosquilleo. No estaba seguro de llamarlo vergüenza.

Esquivo, bajó la mirada cuando los demás entraron a saludarle. Teo no dudó en aplaudir maravillado.

—Basta, no exageres —pidió el espíritu encogido, comenzando a avergonzarse.

—No puedes tener semejante talento y ser tímido —El castaño estaba confundido, hasta que la idea hizo sentido en su mente y sacudió el brazo de Gabriel—. ¡Es igual a ti!

—¿Tocas otra melodía para nosotros, Hangi? —pidió Jacob.

La timidez de un artista era algo que el maestro de danza aprendió a detectar y tratar, pues las estrellas ocultas no podían brillar. Si Hangi, siendo tan hábil con el piano, se sentía cohibido ante un par de personas, las ansias de su alma por tocar libremente cobraban total sentido.

«Es un don y placer oculto —entendió el vivo—, vergonzoso a sus ojos. Una real tragedia que se haya perdido, quizás, practicando a solas».

Hangi arrugó la nariz en un mohín taimado. Sacudió la cabeza, despeinandose en negación: eran muchos espectadores para su gusto.

—Este piano suena muy bonito —comentó dejando su berrinche. Jugó con un par de teclas, embelesado por cada nota en sus dedos. Aún improvisada, una melodía fluía ligera: su cabeza baja no tenía lugar—. Siento como si lo conociera desde antes... Siempre quise uno así.

—Tenías uno eléctrico —dedujo Jacob, paseando por el salón—. De esos en los que puedes conectar auriculares.

—Creo que sí.

Jacob sonrió. Era consciente de que el instrumento de un artista se volvía parte de su alma. Trascendía más allá de sus memorias, así como el lenguaje y otros conocimientos.

—Este es lindo, pero hace mucho ruido —comentó Hangi.

—¿Ruido le llamas? —John rió incrédulo, dejándose caer al viejo sofá del salón—. ¡Ah! Me ofendes. Tocas como un profesional, y yo sé de eso. Si no te...

—No discutas. —interrumpió Jacob entre dientes. Debían cuidar sus palabras, no debatir con el espíritu. El mayor quedó con las palabras en la punta de la lengua, bajo la mirada confusa de los adolescentes.

—¡Por favor, Hangi! —rogó Teo rodando el torso sobre la caja del piano—. Toca una melodía para cantar. ¿Sabes alguna popular? ¡Oh! Unos acordes para improvisar falsetes. ¡Quiero practicar!

—Mmmh, no —murmuró el espíritu. Se levantó dispuesto a marcharse, pero el castaño sujetó su brazo.

—¡Ven! Lo haces muy bien, ¡divirtámonos un poco! —lo jaló de regreso al piano. El berrinche del espíritu parecía una jugarreta.

—¡Que no!

Juguetearon tirando de lados opuestos entre caretas, como dos niños malcriados. Pero Hangi y Teo eran los únicos sonrientes en la escena: Gabi estaba congelado, incómodo, sin saber qué decir o pensar buscó ayuda en los ojos de su hermano.

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