CAPÍTULO 6: Interpretaciones (Parte 1)

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Murmuró un agradecimiento tan quedo que dudaba mucho que hubiese llegado a formularlo en voz alta y empezó a comer con comedimiento, pero velozmente. Sin duda, debía de estar hambrienta, a pesar de su evidente deseo de no parecer demasiado necesitada. Rhö se echó hacia delante, acodándose sobre las rodillas, para observarla en silencio un momento más, pues esa cría tenía algo que no lo convencía en absoluto. No era solo la evidencia de que no había dado ninguna justificación plausible a su presencia en las ruinas que habían visitado antes, o el hecho innegable de que no se había alterado lo más mínimo al ver a Zereth, al que incluso pudo identificar como un dalar de inmediato, por no mencionar el extraño asunto de la falta de dedos ... Bueno, claramente, tenía muchas y muy buenas razones para desconfiar de ella. Y, por supuesto, desconfiaba. Estaba claro que algo no estaba bien, no le olía bien y había querido insistirle más en todo ello hasta llegar al fondo del asunto, sin embargo, por alguna razón, entonces había perdido las ganas de hacerlo. Suspiró en silencio, sosteniéndose la cara con un puño. Zereth, todavía tumbado no muy lejos de la niña a la que habían encontrado por su terquedad, le dedicó una mirada. Quizás empezaba a acusar el cansancio de todo el día.

- Escucha, niña – empezó, pasándose la mano por el pelo.

La aludida, que estaba dando buena cuenta de lo que le había dado, respingó en el sitio, aparentemente más tensa por sus palabras que por la cercanía de Zereth, aunque Rhö no quiso darle importancia a esa incongruencia, pues era solo una más que añadir a una larga lista. Dadas las circunstancias, visto que se le había truncado el ánimo para hacer las más que razonables preguntas que le habían surgido, tendría que limitarse a hacer las observaciones obvias.

- Zereth y yo nos iremos por la mañana – expuso simplemente.

El dalar, que había estado tumbado de lado hasta el momento, se enderezó un tanto, centrando toda su atención en él, puesto que, hasta el momento, había estado más enfocado en el escrutinio de la niña, como si también se hubiese dado cuenta de que algo no cuadraba.

- Así que – siguió Rhö –, deberías ir pensando en lo que vas a hacer tú.

La niña se lo quedó mirando con los ojos muy abiertos y una expresión que no supo identificar en un primer momento. Zereth dedicó un vistazo fugaz a la niña y, luego, a Rhö de nuevo, aunque este no le prestaba atención al dalar. Era miedo, ¿verdad? A Ethel le asustaba lo que él pudiera decir a continuación, pero estaba bien con tener un lagarto gigante al lado. Raro.

- Supongo, aunque no lo has dicho – le recriminó veladamente –, que solo estabas de visita en esas ruinas. ¿Tu casa está muy lejos de aquí?

Las provisiones de Rhö no eran ilimitadas y menguaban cada día que pasaba a la intemperie, no le vendría mal acercarse a un lugar poblado para reabastecerse y presentarse en una aldea como el desinteresado salvador de una cría indefensa, casi seguro, le garantizaría la aceptación de los lugareños, especialmente si escondía bien a Zereth para que no lo vieran. El dalar soltó un gruñido, quizás porque quería zanjar la conversación de una vez y dormir, actitud que no era reprochable a esas horas, sin embargo, Rhö necesitaba obtener algunas respuestas de Ethel y las necesitaba entonces. Tenía que insistir. Zereth volvió a gorgotear por lo bajo, pero no le hizo ningún caso, al fin y al cabo, la comida que se había dado aquel día lo mantendría, como poco, una semana, y no podía decir lo mismo en su caso. La niña no respondió de inmediato, se entretuvo mirando el fuego con aire ausente durante un momento.

- ¿Sabrías encontrar tu casa? – insistió Rhö. La otra vaciló, mirándolo de soslayo.

- Eh, n-no estoy segura – formuló sin ningún convencimiento.

La Gracia del Cielo I. Los Hijos del PoderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora