CAPÍTULO 4: Pese a la oscuridad (Parte 3)

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El día tocaba a su fin. El desagradable frío que imperaba tan cerca de las montañas helaba el aire, las sombras que medraban al amparo de la densa foresta que se extendía a uno y otro lado del camino crecían conforme el sol se ponía y desaparecía de la vista. Habían encendido varias lámparas a lo largo de la comitiva, pero la claridad anaranjada de esas llamas parecía insignificante en comparación con aquella impenetrable oscuridad. La ruta marcada se asemejaba más a un sendero montañoso que a una carretera propiamente dicha en aquel tramo, la estrechez solo permitía el paso de un carruaje a la vez, de modo que habían tenido que cambiar la distribución de la marcha. El paisaje cada vez más hostil y el clima afilado por la cercanía de la noche eran nuevas incomodidades que sumar a las que ya acumulaba la larga jornada de viaje, sin embargo, Allan se sentía contento. No encontraba en las inconveniencias de la travesía o en su poco grato y entonces silencioso acompañante un motivo suficiente como para dejar de estarlo.

Ya había podido darse cuenta con anterioridad de que Roland era testarudo hasta el punto de la vulgaridad, ahora bien, aquel viaje le estaba permitiendo confirmar su conclusión con creces. No creía que el heredero almontés fuese un completo imbécil, no obstante, esa certeza solo volvía más incomprensible su conducta, la cual se aproximaba más a la que tendría un carretero cascarrabias que a la que debería mostrar un miembro de la realeza en lo que a diplomacia se refería. Debía admitir que la mutua antipatía que se despertaban le había hecho más sencillo tomar una decisión que, a primera vista, podría tildarse de complicada, sin embargo, llegados a aquel punto en el que había quedado de manifiesto, no solo su hostilidad, sino también una preocupante falta de perspectiva en el heredero al trono, Allan empezaba a pensar que su intervención indirecta sería beneficiosa para Almont. Dudaba mucho que Roland hubiese sido capaz de realizar una buena labor como monarca cuando se dejaba cegar tan fácilmente por viejas rivalidades, apreciaciones personales y sus numerosos prejuicios. No, cada vez tenía más claro que habría sido un rey mediocre, en el mejor de los casos, y esa creciente certeza lo reafirmaba en su decisión más allá del desagrado que le inspiraba como persona. Aunque debía reconocer que no lo habían asaltado las dudas o los remordimientos acerca de su determinación.

Haciendo honor a la verdad, apenas se había detenido a pensar en lo que sabía que iba a ocurrir en algún punto de la travesía y en las implicaciones que ello tendría. No había podido hacerlo cuando se había pasado la inmensa mayoría de su tiempo con Katherine. No cuando su prometida se había mostrado tan abiertamente dulce con él. Le costaba verdadero esfuerzo pensar en otra cosa que no fuera ella. Allan no quería, bueno, en realidad, era consciente de que no debería hacerse muchas ilusiones en lo que al sutil, pero significativo, cambio de actitud de su prometida se refería, sin embargo, tampoco era de piedra, le habría sido imposible mostrase indiferente ante lo que habían sido muestras de cariño. Sí, puede que pequeñas, tímidas, casi triviales, pero encerraban algo más allá de la simple cortesía, la cordialidad o las buenas maneras. En definitiva, suponían un paso. El primer paso. Y haberlo dado lo animaba, mucho más porque había salido de ella. No quería arriesgarse a pensar en lo que podría significar, no querría cometer un error en ese sentido, no le gustaría sacar conclusiones precipitadas, presionarla o espantarla, al fin y al cabo, había tiempo todavía, pero, igualmente, disfrutaba del cambio. Consideraba que la novedad hacía que recorrer todo aquel camino valiese la pena incluso más que el motivo real por el que había decidido emprenderlo en primer lugar. Suspiró vaho, feliz, dándole vueltas al cercano recuerdo de su amada en tanto que otros pensamientos más serios volvían a él.

En Nargis, Roland había recibido una misiva cuyo remitente o contenido, por supuesto, no había querido compartir con él. Allan no tenía modo de saber qué noticia había decidido omitirle el príncipe, sin embargo, estaba moderadamente seguro de que, fuera lo que fuese, lo había inquietado. Le resultaba difícil saberlo con toda certeza, pero el hecho de que Roland hubiese retomado con más ahínco si cabe las demostraciones de hostilidad hacia su persona tras la recepción del mensaje le invitaban a pensar que algo había ocurrido en Almont y no podía evitar preguntarse si aquel suceso podría afectar a su trato con los adoradores. Allan dudaba mucho que se hubiese destapado completamente la conspiración que estaba en marcha, si tal hubiera sido el caso, habrían vuelto a la capital de inmediato, sin embargo, no podía descartar que lo que fuera que hubiese ocurrido modificara la ejecución de lo acordado y, dadas las circunstancias, probablemente, debería estar preocupado en cuanto al desenlace de aquel viaje, pero no lo estaba. Había empezado a considerar como una posibilidad real el que los planes hubiesen cambiado y, finalmente, por prudencia o por injerencias de terceros, no ocurriera durante la expedición lo que se le había prometido, ahora bien, consideraba esa molestia un mal menor. Si habían llegado a encontrar alguna pista en Almont que les hubiese conducido a sospechar la existencia de un complot, Allan sabía con toda certidumbre que no tenían ninguna forma de involucrarlo a él en el asunto. No existían documentos, no había testigos, las acusaciones inconcretas que Roland acababa de lanzarle suponían la prueba irrefutable de que no tenían absolutamente ninguna evidencia en su contra más allá de sus propios prejuicios. Allan no había hecho nada, tenía las manos limpias, su conducta había sido intachable y el que se hubiesen encontrado signos de una conspiración con la que no tenía nada que ver, que le era completamente ajena, quizás, sirviera para mejorar su imagen en Almont. ¿Tal vez había sido esa la intención de los adoradores desde el principio? Las palabras que, en su momento, intercambió con el hermano Ravade le habían inducido a pensar que en aquella expedición se sucedería un ... cambio drástico en la línea de sucesión, aunque cabía la posibilidad de que lo hubiese malinterpretado y aquel viaje solo fuese el primer paso de una estrategia más elaborada. Lo cierto era que no tenía modo de saberlo y era necesario que permaneciera en esa ignorancia si quería mantener intactas sus opciones.

La Gracia del Cielo I. Los Hijos del PoderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora