CAPÍTULO 10: Llamas y polvo (Parte 2)

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Antepuso las manos, pero no pudo evitar dar con la cara en el barro. El momento de confusión derivado del golpe, del ruido atronador que hería los oídos y del retumbar de la tierra bajo los incontables pasos acelerados fue tan efímero como su estancia en el suelo. Parpadeó, aclarándose la vista para atisbar un trapo tirado en la tierra y adornado con unas cuantas monedas de oro, rodeado de cuerpos que se agitaban con más o menos vehemencia o que, por el contrario, yacían en la más absoluta de las inmovilidades. Se puso en pie de un salto, con un gruñido, y se apresuró a salir de en medio enseguida. La plazuela de tierra a la que habían llegado y que, escasos instantes antes de su caída, había estado en silencio, había terminado estallando en el caos. Los soldados estaban mezclados con los Patrios, peleando unos con otros, los arqueros permanecían en un lado de la encrucijada, lanzando saetas certeras que volaban cada tanto, protegiendo las formaciones defensivas con las que los empujaban desde varios lados.

Noyan, repentinamente superado por las circunstancias, el golpe y la evidencia de que no estaba seguro de qué había pasado con su arma, echó a correr para salir de la zona central de la plaza, donde las flechas no dejaban de llover y estaba a merced de cualquier enemigo, para buscar refugio en un lateral. Empezó a saltar cadáveres y moribundos, sin embargo, no tardó en chocar con un soldado, que acababa de rematar a uno de los suyos en el suelo. Se echó a un lado para esquivar la punta de la lanza, pero no pudo evitar que lo golpeara con el mango en la barbilla. Se quejó y cogió el arma, dispuesto a disputársela, pero no hizo falta. Uno de los suyos, a quien no conocía, apareció de la nada y la emprendió a golpes con el soldado, arrastrándolo a otro conflicto al que Noyan decidió no unirse. Retomó su partida hacia un lugar más recogido.

- ¡Noyan! – apenas pudo oír su nombre entre el alboroto general, no obstante, distinguió a Kerb, en un margen de la pelea.

Llegar hasta él requirió saltar más cuerpos de lo que le habría gustado, pero, al final, llegó.

- ¿Qué coño ha pasado? – se exasperó, aprovechando que había salido de la zona más conflictiva de la encrucijada para mirar alrededor.

Por algunas de las callejas que desembocaban a aquel lugar, iba llegando gente en oleadas, no pocos eran de los suyos, pero también había grupos de soldados, frenando su avance hacia la capital. Una sucesión compacta de ellos se mantenía estática en uno de los extremos de la plaza, formando un muro que se antojaba directamente impenetrable y que les impediría llegar a las puertas de la ciudad, aunque, en realidad, ese nunca había sido su principal objetivo. La atención de Noyan no tardó en desviarse desde la posición que la soldadesca defendía hacia la periferia de los extramuros. Una reveladora y cambiante claridad naranja se alzaba tras las cabañas que les quedaban más cerca. El olor a humo no apuntaba nada bueno. Los gritos confirmaban lo peor.

- Ha sido una emboscada – dijo Kerb, su expresión más cerca del pánico que de la convicción, pese a que estaba ileso – Los nuestros están llegando ahora.

- ¡Y los están matando! – completó Noyan, describiendo la situación.

Gruñó con frustración, cogió una lanza del cadáver más cercano y salió de la relativa seguridad que le había proporcionado el refugio de Kerb para dirigirse a los suyos.

- ¡Retirada! – vociferó con todas sus fuerzas – ¡Retirada! ¡Vamos! – insistió.

Algunos lo miraron por encima del hombro, interrumpiendo fugazmente los combates que mantenían o posponiendo aquellos que estaban a punto de emprender, sin embargo, la mayoría o no lo oyó o no quiso oírle. Noyan escupió una maldición y echó a andar hacia una cuadrilla de soldados que se estaba encarando con otros tantos de los suyos, haciendo un gesto a Kerb para que fuese con él a través de los montones de cuerpos que todo el mundo pisaba sin cuidado. Aceleró el paso para incorporarse a esa pelea que estaba teniendo lugar y que solo era una de tantas, saltando sobre uno de los soldados para sorprenderlo desde un flanco. Su irrupción por sorpresa desvió la atención de ese y del guardia que estaba inmediatamente a su lado, lo que tuvo como consecuencia que sus rivales pudieran derrotarlos más fácilmente. Esas dos bajas descompensaron la igualdad que había mantenido vivo el conflicto, permitiendo que los suyos se sobrepusieran y obligaran a los supervivientes a reagruparse con sus compañeros.

La Gracia del Cielo I. Los Hijos del PoderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora