CAPÍTULO 17: La lejana luz del amanecer (Parte 3)

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Aquello no era bueno en absoluto. Se montó en el caballo rápidamente e hizo que el animal girara, para volverse hacia el capitán Lhar Snedecor que ya había organizado al destacamento, siguiendo su orden, para partir de inmediato. No tenían tiempo que perder.

Se pusieron en marcha a no tardar. Acababa de amanecer, las gentes de la ciudad empezaban a echarse a las calles poco a poco, comenzando sus rutinas, ajenos a lo que podría ocurrir ahí fuera hasta que los veían pasar a su lado, sin detenerse. Estaba seguro de que muchos de ellos estarían al tanto de la innegable tensión que se había instaurado en la frontera de un tiempo a esta parte, al fin y al cabo, habían corrido multitud de rumores sobre lo que ocurrió en la Carretera de las Estribaciones y Beltena no estaba tan lejos del territorio almontés. Tenían motivos más que de sobra para estar preocupados por lo que el desarrollo de acontecimientos pudiera deparar a su ciudad. El propio Andrew lo estaba, más aún entonces.

Hacía tres días, lord Snedecor, a quien consideraba un amigo, había acudido a su llamada, reuniéndose con él en Beltena con una representación de caballería de dimensiones modestas, pero que destacaba por su brillante desempeño. Andrew no había tenido ninguna intención de utilizar ese destacamento para emprender ninguna acción concreta, por el contrario, su presencia en la ciudad era un movimiento meramente disuasorio. 

Había oído que Roland Berthold se había desplazado a Morat y, aunque no conocía el propósito de su viaje hasta allí, no podía permitirse el lujo de ignorar su presencia cuando estaba tan cerca de la frontera. No cuando ya había dejado claro que carecía de cualquier ánimo conciliador, después de lo ocurrido en las Darlen.

Andrew había intercedido por los Berthold ante su padre tras lo sucedido con Allan. Creía que el rey compartía su opinión de que no obtendrían ningún beneficio haciéndose eco de lo que únicamente podría interpretarse como una negligencia imperdonable o, peor aún, de una conducta abiertamente hostil, sin embargo, era consciente de que las opiniones personales no eran lo único que lo moverían a la hora de tomar una decisión. 

A pesar de que había voces que hablaban en contra de la guerra y verían más deseable reformular los acuerdos que habían alcanzado, no eran pocos en la corte los que defendían la necesidad de tomar represalias ante esa traición de la confianza que habían depositado en los del país vecino. Eso sin mencionar que desconocía el curso de las acciones que emprenderían los almonteses. El rey de Almont se había mostrado abierto a la negociación en el pasado y parecía tener verdadero interés en alcanzar una situación de paz duradera, pero no podía decir lo mismo de su hijo y heredero.

El detalle no habría sido significativo en el caso de que pudieran negociar directamente con el monarca, no obstante, se temía que, en aquellos momentos, este estaba ilocalizable. En su última conversación, Roland le había dado a entender que lo habían convocado en Forta, pero, tal y como había sospechado desde el principio, tal cosa no era verdad. Tenía constancia de que el rey no estaba ni en la capital ni en ningún otro lugar de Gromta, su padre se lo había confirmado, en ningún momento se lo había hecho llamar. La incógnita que persistía con respecto a su paradero resultaba muy preocupante y les complicaba la labor.

Su padre iba a tener que dar una respuesta a la situación, bien tomando el camino de la guerra, bien buscando cualquier otra alternativa viable y aceptable. Cualquiera que fuese su decisión final, Andrew lo apoyaría, al fin y al cabo no tendría sentido desafiar la autoridad del trono que estaba llamado a heredar. El hecho solo los debilitaría, tanto a su casa como a Gromta.

Hasta entonces, el tiempo que habían pasado sin novedades a uno y otro lado de la frontera había avivado su esperanza de que la situación se enderezaría. El argumento de la venganza no daba la sensación de ir a calar en su rey, puesto que iba en contra de su carácter, y los almonteses, a pesar de que la actitud de Roland le había inducido a pensar en lo contrario, tampoco habían llevado a cabo nada que pudiera calificarse como un gesto de desafío o amenaza. 

La Gracia del Cielo I. Los Hijos del PoderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora