𝚝𝚛𝚎𝚒𝚗𝚝𝚊 𝚢 𝚜𝚎𝚒𝚜

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Diego

Ni siquiera quiero seguir en este mundo, pero si todavía estoy en pie, es por ella. Así que no puede abandonarme, no puede matarme de esa forma.

La vida es maldita, no es justa, eso ya lo sé. Pero no hay forma de que se vengue así conmigo.

—Dieguin... hey, ¿seguro que no quieres comer algo?

Escucho la voz de Bambi como si estuviera lejísimos, en otro planeta, lejos de mi.

Vuelvo al tiempo donde todo es oscuro, donde vuelven las noches solo y los llantos en las tormentas.

En mi mente se repiten los sonidos de las sirenas, mi pecho agitándose fuerte y mis preguntas hacia los enfermeros.

—Tiene la mirada perdida desde que entramos aquí, no se mueve. ¿Estará en un estado de shock?

Soy consciente de que el Daian está aquí. Lo llamaron y le contaron lo que sucedió. Él también es su nieto, pero no puede entenderlo igual porque a mi es a quien me están arrebatando mi tanque de oxígeno.

Siento los brazos de ella cubrirme, acercándome a su pecho y acariciándome el pelo en un suave cariño. Susurrando cosas lindas en mi oído e intentando transmitirme compañía. Valoro que siga aquí, que no se vaya.

Quisiera decirle gracias. Quisiera poder explicarle cómo me siento. Quisiera hablarle y decirle que si mi abuela se va, ya no quiero seguir aquí. Quisiera ser tan fuerte como para llorar y expresarme con ella.

Pero no puedo.

No me salen las palabras.

—Aguanta un poco más, ¿ya? —susurra. —No dejaré que te hundas tan luego.

Cae una lágrima por mi mejilla, solo una. Silenciosa y solitaria.

—Ella es fuerte y te ama muchísimo, estará bien y tú también. Quiero acompañarte, no te dejaré solo.

Me encantaría poder creerle. Pero lo que Bambi no sabe, es que en toda mi vida, siempre me lo han arrebatado todo. Las personas que amo, me dejan. Las personas que deberían amarme, no lo hacen.

Quizás estoy condenado a no ser feliz.

Me paro de la silla y siento a Bambi separarse, confundida. Por primera vez desde que llegamos aquí, la miro directo a los ojos.

—Necesito salir de este lugar —explico, como puedo.

Ella duda un poco y sé que tiene miedo de lo que yo pueda llegar a hacer.

—¿Quieres que me quede aquí para llamarte si hay noticias?

Yo asiento, agradeciéndole con la mirada.

—Cuídate, por favor —me toma la mano y me da un suave apretón antes de que yo parta rumbo a la salida.

Todo estaba tan bien. Pensé que por primera vez en mi vida, las cosas empezarían a tranquilizarse y ponerse felices para mi. Era una tarde tranquila. Solo estábamos los dos, y de un momento a otro, todo se fue a la mierda.

Mi mundo se va a la mierda siempre que comienzo a sentirme bien.

Es un maldito ciclo. Y no es que no quiera sanar, sino que cuando lo intento, alguien parece hacerme recordar que jamás podré hacerlo.

El cementerio no queda lejos de aquí, a unas dos cuadras caminando. Sé que ese jamás será el hogar de la Daya, pero me gusta pensar que me puedo sentir más cerca de ella. Y eso es lo que necesito en este momento.

Daría lo que fuera por un abrazo tuyo.

Sé el camino perfectamente a su tumba, a pesar de que no venga a verla hace mucho. La razón no es el olvido, sino que no me gusta recordarla así. Y ella vive dentro de mi, en mis recuerdos.

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