𝚝𝚛𝚎𝚒𝚗𝚝𝚊 𝚢 𝚘𝚌𝚑𝚘

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Ambar

Ya han pasado días desde que la abuela de el Dieguin por fin la dieron de alta. Estoy muy contenta de que en su casa esté recibiendo el amor y atención que necesita. Entre sus dos nietos, comparten y dividen los tiempos para que ella no esté sola.

Y yo... bueno, es domingo. Me aburren. No hago nada, nunca. Me declaro team viernes por siempre.

—Me quiero matar —entra la Cony con expresión de sufrimiento puro.

—Arriba el positivismo —murmuro, viendo distraídamente mi celular.

Ella se gana frente mío y en un segundo ya me había quitado mi celular de las manos.

—¿Qué...?

—Es serio. Me quiero matar.

Suspiro y me acomodo para escucharla.

—¿Qué asunto de gravedad tienes?

Ella se toma un momento y suspira dramáticamente.

—Cancelaron el carrete de hoy.

—Eso si que debe ser extremadamente difícil. Lo siento mucho, seguro estás pasando un momento complicado. Quiero que sepas que aquí estoy si me neces...

Me callo de golpe porque la Cony ya me había lanzado una almohada a la cara.

—De mi nadie se ríe —se cruza de brazos, indignada.

No puede ser, ya se me está pegando la ironía de el Dieguin.

—Perdón, perdón —río. —Pero... ¿para qué soy buena?

—Tú y yo saldremos hoy. Sin excusas ni peros —me advierte. —Te bañas, te vistes y nos vamos.

—¿Dónde está la libertad de expresión?

—Se quedó en tus marchas. Apúrate —sale de mi pieza.

Me resigno y comienzo mi preparación hacia el camino del mal.

Mi celular muestra una llamada y elevo mis cejas emocionada por el nombre que aparece ahí.

dieguin osito de peluche bonito y peludito

Obviamente le puse ese nombre para que, cito sus palabras: "lo sacas o me tiro al primer auto que pase". Y cuando no lo cambié, dijo: "me voy a ahogar con el vomito que me produce ese apodo llamado tortura".

Es todo un dramático.

—¿Si? ¿Hablo con el vecino más simpático y hablador de toda la cuadra? —pregunto, con una sonrisa.

—¿Te intentas describir a ti misma? —siento su suave risa.

—¿Eso fue un halago?

—No —miente. —Incluso te llamo por algo muy puntual.

—Ah, ¿sí? —me siento en mi cama. —¿Y eso qué es?

—¿Por qué hay tres borrachos en tu patio?

—¡¿QUÉ?! —pego un gritito, reaccionando.

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