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martes 15 de octubre de 2019, 5:43

¿Había cometido un error? No lo tenía claro, sabía que lo que estaba haciendo era lo correcto, ya no podía más. Ella tropezó con un zapato y casi cae. Puede ser que estuviera un poco estresada, su pecho dolía, sabía las consecuencias de sus actos, e hipócritamente esperaba que no llegaran. Aunque se los mereciera.

Dobló la hoja que tenía en la mano, y tanteó en la oscuridad de la madrugada en su estantería. Cuando terminó con su cometido se bajó de la mesa y agarró unas fotografías que había dejado encima de la cama. Sus manos temblaban y las imágenes se escurrieron de sus manos, ocultándose en la negrura. Se maldijo a sí misma y se agachó a buscarlas. No tenía tiempo para esto. «Relájate» se dijo. Encontró las fotografías y las guardó en su mochila, echó la misma sobre su hombro y abandonó el piso. Corrió por la desierta calle, iluminada por farolas, calientes lágrimas calentaban su rostro de la fría mañana de otoño, aquella mañana que cambiaría todo.

Llegó a las afueras del pueblo sin sobresaltos, pero no podía detenerse, sus piernas ardían, y su espalda dolía por el peso. Corrió más rápido cuando vio su destino al final de la calle. Rodeó las edificaciones, el viento soplaba, su pelo color café se interpuso en su visión y cayó de bruces en el suelo del parking, sus muñecas y rodillas se habían llevado la peor parte, sintió caliente líquido abandonar su sistema, la piel ardía. Sollozó. Se levantó con una pierna temblando, y echó a correr nuevamente, cada paso dolía, la oscuridad la tragaba, el dolor le molestaba, la culpa la consumía.

En un momento dado salió del parking y continuó por tierra mojada, hacía poco había llovido. Ahora no había ni una pizca de iluminación, desorientada, paro de correr. Hiperventilando sacó su teléfono móvil del bolsillo y activó la acción de la linterna. Únicamente veía el follaje de los árboles, el suelo debajo de ella, lleno de piedras preparadas para hacerla tropezar. Solo cuando vio aquel gran pino supo que no todo estaba perdido. Se acercó a él, descolgando la mochila de sus hombros. Cuando llegó a su lado se dejó caer de rodillas, olvidando por completo sus heridas. Sacó la pala de la mochila y comenzó a atacar al suelo, removiendo la tierra rápidamente para el estado en el que se encontraba. Sus brazos estaban cansados, sus piernas escocián, su cabeza retumbaba. Estaba hecha mierda, pero jamás su dolor físico se compararía con lo que sentía ahora. Estaba agonizando. No fue en otro momento que la pala encontró algo duro en el suelo, la chica tiró el objeto a su lado y comenzó a desenterrar con las manos esa caja de metal hundida en el suelo, sus manos apartaban la tierra desesperadamente, con los ojos cerrados. Lloraba más que nunca, estaba enfadada con todo, con el mundo, con ella. Se lo había ganado.

Extrajo la caja de metal del suelo y abrió el candado con la simple combinación de 2617, sonrió tristemente al pensarlo y otro sollozó abandonó su cuerpo. Sus imprudencias la habían llevado aquí, y ahora tenía que estar aquí tirada, sola. Sorbió su nariz y destapó la caja, dejó algunas cosas dentro y volvió a cerrar la tapa. Echó el candado y tiró la caja al agujero, empujando toda la tierra que había sacado de nuevo donde estaba originalmente. Sus heridas estaban llenas de barro y respiraba irregularmente.

Se levantó, metió la pala de nuevo en la mochila, recuperó su móvil, y miró a lo lejos en el bosque. Comenzó a correr, lanzándose al vacío.

Llevaba corriendo casi media hora, se guiaba por el instinto, no quería aceptar que se había perdido en medio del bosque. A lo lejos vio una zona con menos follaje, esperaba que fuera un camino, sus mallas estaban rotas, la sangre las manchaba. Se movió lo más rápido que pudo entre los árboles, tropezó con una piedra y cayó en el suelo, rodando colina abajo.

- ¡Ahh! - gritó

Llegó a la parte más baja de la colina y dejó de rodar, su cara estaba llena de cortes y heridas, la sangre brotaba de más lugares de los que podría contar. Sus costillas pinchaban sus pulmones. Tirada en el suelo, la sangre y la tierra cubriendo su magullado cuerpo, clavó sus codos en el suelo e intentó incorporarse. Gimió. No sentía su cuerpo, no pensaba con claridad, el dolor ocupaba todos sus sentidos. En ese momento supo que si había algo de lo que alguien jamás podría librarse era del dolor, da igual que no estés en tus cabales, el dolor sigue. Nada te lo va a quitar. Puedes engañar al cerebro con drogas, pero nada te lo quitará. Si esa noche era su última noche, no iba a estar en el suelo tumbada. Lentamente, se incorporó, cuando consiguió estar de pie se apoyó en un árbol y dio un paso, su rodilla falló y cayó de espaldas contra el suelo.

- Mierda...

Pausadamente, fue girando sobre sí misma, hasta quedar boca abajo. Sus costillas estaban siendo aplastadas, pero no podía moverse, su cuerpo estaba cansado y temblaba. Lagrimones se deslizaban por su rostro hasta estallar en el suelo.

- ¡AHHH!

Gritó, gritó como nunca antes, gritó por el dolor de su cuerpo, por el de su alma. 

El caso ChloeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora