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domingo 20 de octubre de 2019, 9:23

Esa mañana se había despertado más tarde de lo usual, el día de ayer no bajó a cenar y su estómago rugía hambriento. Más cansada de lo habitual se puso un jersey encima del pijama y salió de la habitación.

En medio de las escaleras, pudo ver como alguien estaba hablando en el salón. Los Núñez y un señor que no conocía.

- ...está confirmado. Lo siento mucho, pero debo decirles que se trata de un suicidio... - dijo esa voz, una voz que parecía hablar con pena, con compasión.

- No...

Vio a Amanda agarrarse al brazo de su marido y caer al suelo de rodillas. Rompiendo el llanto en la sala de estar.

- ¡No!

Un gritó profundo abandonó la boca de la mujer, quien soltó a su marido y apoyó los puños en el suelo de madera. Su esposo se llevó una mano a la cara y se escondió detrás de ella.

Mireya lo vio todo desde las escaleras. Quieta. Como si se tratase de una muñeca, de cuya dueña se había olvidado de terminar su historia porqué su madre la había llamado para comer.

Las palabras rebotaban en su cabeza: «Suicidio» «Suicidio» «Suicidio» «Suicidio» «Suicidio» «Suicidio» «Suicidio» «Suicidio» «Suicidio» «Suicidio» «Suicidio» «Suicidio» «Suicidio» «Suicidio» «Suicidio» «Suicidio» «Suicidio» «Suicidio» «Suicidio» «Suicidio» «Suicidio» «Suicidio» «Suicidio» «Suicidio» «Suicidio» «Suicidio» «Suicidio» ...

Su cuerpo se volvió extremadamente pesado y sintió como perdía el equilibrio. Cayó en las escaleras con un golpe sordo que alertó a los demás en la casa.

- ¿Mireya?

Escuchó una voz a lo lejos, quizás estaba cerca, no lo sabía. Sus oídos zumbaban y su cabeza estaba como ida, presente, pero sin lograr entender nada en su entorno. Mareada, quizás. Notaba todo a su alrededor más sólido, la escalera en la que estaba sentada, varios cuerpos a su lado, sus respiraciones preocupadas. Mas no lograba concentrarse en lo que pasaba, en lo que decían.

Sintió como algo o alguien la levantaba, y después caía suavemente en un colchón. Su cabeza daba vueltas y escuchaba su corazón todavía más de lo que lo había estado escuchando recientemente. Acompañada por el suave latido de este, sus párpados se cerraron.

Abrió los ojos de par en par en medio de la noche. Estaba acurrucada en su cama, tapada hasta arriba. «Suicido», pensó. Se había suicidado. Nada cobraba sentido. No lograba entenderlo. Trató de aferrarse a algo, para no perder sus pensamientos, pero fue inútil. No podía creer nada, simplemente no lo entendía.

Un día después...

Mireya estaba en la mesa, desayunando sola. Era lunes y sus padres ya volvían al trabajo. Amanda y su esposo, Antonio, estaban en la sala de estar, cada uno con sus cosas.

Jugaba con el mantel de la mesa, arrugándolo y alisando. Una y otra vez. Atenta a los ruidos a su alrededor. La suave brisa de otoño contra las ventanas, los movimientos en el salón, el graznido de un pájaro, la tela en sus manos... Reflexionó en el pájaro graznando fuera. ¿Por qué graznaba? Quizás tenía hambre. Se vio a sí misma levantándose y poniendo algunas sobras del desayuno en su plato. Abrió la puerta que daba al patio trasero y colocó el plato en el suelo.

Observó el horizonte, las montañas casi no se veían, el cielo estaba gris y el tranquilo viento la heló. Los árboles en la lejanía ya casi no tenían hojas, las pocas que quedaban se mecían de un lado a otro, sujetándose a las ramas como podían.

Caminando a pasos cortos, se acercó al columpio y se sentó, balanceándose lentamente. Al pasar las horas vio como una abubilla* se acercaba al plato y cogía con su largo pico algunas hormigas que se habían enfilado en él. Después giró su cabeza hacía ella y alzó el vuelo, perdiéndose entre las bajas nubes. Mireya se levantó y entró a la casa.

Un día después...

Todos estaban en el salón de la casa, los Núñez habían decidido que era hora de volver a su hogar.

- Muchas gracias, en serio - dijo Antonio

- No ha sido nada, podéis venir en cuanto queráis - habló el padre de Mireya

- ¿Seguro que queréis volver ya? - Isabel se mordió el labio.

- Debemos volver ya, Isa - Amanda cogió las manos de su amiga y las apretó con afecto.

Cuando los Núñez se dieron la vuelta para irse Mireya dijo:

- ¿Puedo ir?

El silencio se apoderó de la casa, los cuerpos de la pareja se detuvieron y se giraron.

- Mireya...

- No, está bien, Isa.- la interrumpió Amanda - Mireya pude venir con nosotros, está en su derecho.

Sin terminar de creer lo que había pasado, caminaron en silencio por las calles hasta una casa en una calle cerca de la plaza. Cerrando la puerta tras de sí, Mireya se quedó parada en la entrada.

Antonio la miró y dijo:

- Puedes ir.

Mireya asintió con la cabeza y subió las escaleras, caminó por un corto pasillo y entró a la última habitación. Cerró con cuidado la puerta y miró a su alrededor.

Todo estaba igual que la última vez que lo vio.

Pero todo era diferente.

Tan diferente.

Se dejó caer de culo al suelo, acunando sus piernas, y observó; observó las fotos, observó el armario, observó los libros, observó la alfombra, y volvió a los libros. Algo no cuadraba. Se levantó de golpe y sacó uno, hojeando entre las hojas como loca, poniéndolo boca abajo y sacudiendo.

Se quedó perpleja mirando la edición del Quijote cuando un papel se desprendió de él.

Bajó las escaleras corriendo, con el papel en la mano.

- ¿Mireya? ¿Ya te vas? - preguntó amablemente Amanda

- Si, yo ya... Ya eh... me tengo que ir - contestó torpemente ella, abriendo la puerta de la casa.

- Esto... - parecían sorprendidos -. ¡Te acompañamos! - dijo Antonio

- ¡No! No hace falta.

Salió a la calle, se despidió con un gesto de mano y echó a correr.

Eso significaba algo, no sabía qué, pero ese trozo de papel que sujetaba en un puño era algo.

Corrió por todo el pueblo, serpenteando entre las calles. Hizo una bola con el papel en su mano y se lo metió torpemente en el bolsillo de la chaqueta que se había puesto encima del pijama. Después de girar una calle vio su destino, el lugar del que hacía menos de dos horas había salido, su casa.

Llamó a la puerta y trató de recuperar su respiración, dada a la fuga en algún punto del trayecto.

Sus padres abrieron la puerta extrañados.

- ¿Mireya...?

Ella se abrió paso entre ellos y subió corriendo a su habitación. Se enfiló en el estante y sacó otro libro. Copió los gestos realizados hacía menos de una hora. Nada. No había nada en ese libro. Tiró todos sus libros al suelo y probó, uno por uno.

Nada.

Tirada en el suelo de su habitación, rodeada de una pequeña colina de libros, prometió que lo haría. Prometió que encontraría el significado de todo esto.

Sacó la bola de papel de su bolsillo y la alisó, extendiendo la hoja frente a ella.

Un mapa.

El caso ChloeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora