La Sal en casa

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Tenía los pies sobre el sofá, junto a mí en unos centímetros. Se comía las uñas. La pared blanca del frente le secuestró la mirada y yo le escribía a Sal.

-¿Qué no tiene su teléfono?

-solo le faltó hacer un hueco en el suelo y buscar ahí.

-¿en serio...?

-No lo tienes tú, entonces... ¿Y el bar?

-Uhm... No me fijé pero seguramente está allá.

-¿Podrías pasar por allá? Es que aparte de recuperarlo, debe escribirle urgentemente a alguien.

-uhm... Dale.

Bueno, lo dejé ir tranquilo. Voltee a verla y seguía igual.

-¿Si le escribes desde mi teléfono?

-No. Además, no me sé su número.

-se lo pedimos a tu mamá.

-no... Tendré que explicarle por qué le escribo de otro número...

-ese ni siquiera se va a fijar -aseguré.

-¡claro que sí! -bajo su mano de su boca y me miró con una mueca.

-¿¡Entonces!? ¡Le decimos que dejaste cargando tu teléfono y ya!

-no. -negó para seguir hablando por telepatía con la pared.

-¿y? ¿¡Qué le dirás!?

Rodó sus ojos hacia mis pies, seguidamente se volteó a hacer contacto visual- le diré... -perdió su mirada ante la duda- estoy entre decirle que fui a tomar... O decirle que... Que pasó algo desapercibido...

-¿desapercibido como qué? -me apresuré a interrogar.

-uhm..... Bueno... Como... Eh...

-Ni siquiera quieres mentir.

Me miró a los ojos- ¿si decimos que la bo-- tomada fuiste tú?

-no jodas.

-¿qué...?

Los minutos pasaron y se escuchó la puerta, era Sal.

- ¡Hi, hi! -saludó con una sonrisa y ojos cerrados. También guardaba sus manos detrás de él. Dann estaba pálida y no quería ni mirar. Yo sí noté lo obvio, Sal tenía el teléfono en sus manos. Pero también se acercó a Dann- Me contaron que a cierta dama se le perdió el celular en alguna parte. Como buena persona que soy, lo rescaté. -dijo dulcemente, con sus sonrisa aún y sus manos atrás hasta que las mostró con el teléfono- ¡Ta ram!

Dann tomó el teléfono sin voltear a ver a Sal nunca. Sé que la vergüenza le comía el orgullo.

-y bueno linda ¿cómo estás? -Sal, medio indomable, se sentó al lado de Dann, pegado a ella y puso su brazo al rededor de su cuerpo casi obligándola a que lo mire. Avergonzada, lo volteó a ver. Le miro los ojos, el cabello, la nariz, las mejillas, la barbilla, los labios. Supongo que no sabía a dónde mirar- uhm, ¿sí estás callada es porque estás bien? -dedujo sarcástico la Sal.

—No la torture así, parce —rogué y me volteó a ver.

—¿Torturarla? Lo único que hago es cuidarla... Rescatarle el celular, acompañarla, preocuparme, proprotegerla... Por Dios, soy batman. —razonó.

Dann no le quitó la mirada de encima mientras decía aquello (aun que me lo decía a mí). Seguramente estaba sonrojada... También estaba nerviosa, simplemente, se veía vulnerable ante el que se lavaba el pelo con shampoo de mujer.

Mi esposa IdaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora