9:00 am.
Era la hora de entrada al bufete. Sin embargo, ella en ese instante culminaba su desayuno.
No era de seguir las reglas, al menos no todas.
Admiró su vestimenta en el espejo de la habitación y dio un ligero sentimiento de cabeza.
Un traje con el pantalón en azabache, al igual que el blazer y la camisa blanca. Generalmente, lo compraba dos tallas más grandes. Decía que en cualquier momento podría engordar.
Cabello rubio, le caía hasta los hombros en ondas superficiales. Nada de maquillaje, solo una fina capa de brillo en sus labios pálidos.
Calzó unos mocasines Gucci, cogió las gafas oscuras y antes de salir de casa se las colocó. Tomó de la encimera su bolsa y partió al trabajo a las 9:15 am.
En un Fiat 500 plateado, no salía de su coche ni porque le pagaron un millón de dólares. Era su único amigo, el verdadero.
Que no me escuche Angelina.
Pensó y se mordisqueó el labio inferior.
Condujo con parsimonia, ese día en específico no quería llegar a trabajar. Sentía mucho cansancio corporal y mental. Se estaba preparando para un juicio donde luchaba contra una mujer maltratada por su esposo y aparte, asesino. El hombre aniquiló a su hija, sobrina y mejor amiga de la mujer. Todo un sicario, un tipo peligroso. Cate acostumbrada a estas situaciones confiaba en su poder de abogada y su excelente dialecto para hablar frente a un juez en la corte, el desenvolvimiento que tenía le aseguraba a su subconsciente que una vez más, ganaría el caso.
Era una abogada familiar y penalista. Se apasionaba más por la segunda, le gustaba la acción; meterse a fondo en un caso, estudiar y conseguir por ella misma la información. No se fiaba del cliente, puesto que su experiencia le había enseñado que cualquiera puede mentirle, y así fue muchas veces.
La mejor del bufete y Albert Hampton lo sabía.
Estacionó a las afueras una librería. Debía hacer las paces con alguien y esa persona amaba los libros, más que todo las enciclopedias donde desarrollaban la vida y las características de los animales marinos. Catherine había visto en la televisión semanas antes, que una nueva edición sobre las ballenas y los leones marinos salía a la venta para esas fechas. Entonces, él ahí.
Era modesta, arrastró la puerta que hizo un ruido espantoso al abrirla. Una campana anunció la entrada de aquella rubia. El lugar desprendía un olor a rancio, miel y papel quemado. Cate se tensó, pero al admirar una anciana tras el mostrador tejiendo un pañuelo se tranquilizó.
―Buenos días ―vociferó. La vieja alzó la mirada y asomó una sonrisa de boca cerrada. Cate se subió las lentes a la coronilla―. ¿Enciclopedias?
―Pasillo dos ―pronunció la anciana, señalándole el corredor por donde debía andar―. Llegó mercancía nueva ayer.
―Gracias ―dijo y pasó por las estanterías con el objetivo de encontrar la edición de los animales marinos.
Diez minutos después lo encontró. Llegó a donde la viejecilla se encontraba y lo pagó. Explicó que se trataba de un obsequio, y la señora le hizo el favor de envolvérselo en papel de regalo en color azul rey.
Regresó su auto y dio marcha hasta Platinum Lawyers Company.
Iban a ser las diez de la mañana, casi una hora de retraso. Sin embargo, no se inmutaba por aparecer temprano en el bufete. Su jefe tampoco iba a reclamarle algo.
Pasó por la recepción y la mujer le entregó un sinfín de correspondencia, todas provenientes del caso que debían resolver dentro de poco. Esperaba ganarlo, su ambición no conocía límites cuando se trataba de algo que ansiaba conseguir.
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¡Buen día, arquitecta!©
RomanceTodo empezó con la remodelación de una oficina. Evangeline Brown, es una arquitecta de renombre que conoció a Catherine White en un bufete de abogados. Inusual, ¿no? Catherine, usa absolutamente todo su mal genio contra Eva y la saca de quicio cada...