Chapter ten.

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Tiempo actual.

Ahí estaba Eva, con la felicidad hasta el cuero cabelludo, a punto de firmar un contrato por seis meses con Torres y Asociados.

Antes de afincar el bolígrafo y trazar su firma sobre la delgada línea, su mente le regaló una serie de pensamientos no tan favorables, un problema grave le podía ocurrir por incumplimiento de contrato en la otra empresa, donde todavía le quedaban dos meses para renovarlo.

―Señor Torres, una duda ―dijo con cautela.

Alfonso se encontraba tras su escritorio como de costumbre y Eva acomodada en una silla frente a él.

― ¿Pasa algo con el contrato? ―Se preocupó, frunciendo el ceño.

―No, no ―le tranquilizó―. ¿Usted ha hablado con Alexa Santana?

Evangeline recordó el día aquel cuando su jefa la encaró casi afirmando que ella trabajaba para la competencia, que el mismo dueño se lo había confirmado.

―Esa mujer y yo no tenemos nada de qué hablar ―espetó enderezando la espalda, visiblemente incómodo―. ¿Por qué surgió la duda?

Eva dudó en responderle, sin embargo; terminó haciéndolo, explicándole como fue toda esa situación.

―Pierda cuidado, señorita arquitecta, de aquí no ha salido nada. Seguramente ella lo dijo para asustarla. Lo que sí le aconsejo, si me lo permite...―Eva asintió―, es que se retire lo más pronto de allí. Su trabajo aquí es seguro.

De pronto nada era un sueño, la burbuja se rompió y la meta había sido lograda. La castaña firmó el contrato convencida, omitiendo la información de su contrato en la otra empresa.

(***)

James Brown vivía una vida plena, como siempre quiso, llena de lujos y sin preocuparse por el mañana. Un hombre que tuvo una hija con quien fue su novia durante todo el bachillerato y luego la dejó para no hacerse cargo de ella. Meses después, arrepentido, le rogó a su ex mujer que retomaran su relación y con el tiempo se encariñó con su pequeña, estuvo en el parto, en su crecimiento, hasta que a los siete años de edad de la niña terminó con aquella mujer y ahora tienen custodia compartida.

Mientras el hombre tras el volante sentía una especie de melancolía por aquellos días en los que vivía a plenitud, sonaba cualquier cosa en la radio. El cambio de humor era notable y creciente, había ojeras y grandes bolsas en su rostro, su apariencia física decaía con el tiempo y a él parecía no importarle, tenía otras cosas en las cuales enfocar su atención.

Trabajaba para una compañía inmobiliaria, intermediando entre la compra y venta de propiedades. Todo marchaba bien, hasta que conoció a un hombre que lo metió en graves problemas. Sin embargo, no era eso lo que le perturbaba, en su corazón había un puñal de culpa por haber involucrado a quien no debía en ese mundo. Suspiró y el sentimiento acrecentaba todavía más en el pecho. Estacionó frente a un gran portón y salió del auto, se acercó con el mejor semblante que encontró y dejando todas sus emociones negativas de un lado, sonrió a Ana cuando la vio salir del colegio con el bolso a la espalda y la lonchera en la mano moviéndose de un lado a otro.

James flexionó sus piernas hasta quedar de cuclillas y extendió sus brazos donde cobijó a su hija con fuerza.

― ¿Cómo estás, princesa? ―preguntó, mientras recibía un beso en la mejilla.

―Genial, papi, hoy en el recreo jugamos con la plastilina...

El padre se incorporó y con un gesto se despidió de la maestra, quien veía a su alrededor de pie en el portón.

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¡Buen día, arquitecta!©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora