ACTO I - ESCENA II

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(Huillca Uma, con una larga túnica negra y un cuchillo en la mano, observa el Sol).

HUILLCA UMA.— ¡Sol vivo! Postrado delante de ti, adoro tu marcha. Para ti solo he separado cien llamas, que debo sacrificar en el día de tu fiesta. Derramaré su sangre en presencia de ti. Quemadas en el fuego arderán, después de hecho el ayuno.

OLLANTA.— He allí, Piqui Chaqui, que viene el sabio Huillca Uma; ese león anda acompañado del mal presagio. Aborrezco a este agorero que siempre que habla anuncia negros cuidados y vaticina el infortunio.

PIQUI CHAQUI.— Calla; no hables, pues ya aquel agorero sabe mejor que tú lo que has dicho. (Se sienta y duerme).

OLLANTA.— Hablaré, ya que me has visto, poderoso y noble Huillca Uma; te adoro con profunda veneración. Para ti nada hay oculto; veamos que todo ha de ser así. (Se acerca a Huillca Uma).

HUILLCA UMA.— Poderoso Ollanta, a tus plantas tienes rendida la comarca: tu valor te bastará para dominar todo.

OLLANTA.— Tiemblo al verte aquí; como también al presenciar estas cenizas frías, cimientos, adobes, vasos y cestos. Cuantos te ven admiran todo esto. Dime, ¿para qué sirven, si todavía no es la fiesta? ¿Está por ventura enfermo el inca? Tú vaticinas solo por medio de la sangre del tunqui rojo, y está muy lejos el día de sacrificar al Sol y a la Luna. Si aún comienza el mes, ¿por qué hemos de abandonar los goces?

HUILLCA UMA.— ¿Para qué me interrogas increpándome? Todo sé; tú me lo recuerdas.

OLLANTA.— Mi cobarde corazón teme el verte en un día particular, para aprovecharme de tu venida, aun cuando me costase una enfermedad.

HUILLCA UMA.— No temas, Ollanta, viéndome aquí, porque sin duda alguna es porque te amo. Volaré donde quieras como la paja batida por el viento. Dime los pensamientos que se anidan en tu vil corazón. Hoy mismo te ofreceré la dicha o el veneno para que escojas entre la vida o la muerte.

OLLANTA.— Explícate con claridad, ya que has adivinado el secreto. Desata pronto esos hilos.

HUILLCA UMA.— He aquí, Ollanta, escucha lo que he descubierto en mi ciencia. Yo solo sé todo, aun lo más oculto. Tengo influjo para hacerte general; mas ahora, como te he criado desde niño, debo, pues, ayudarte para que gobiernes Anti Suyu. Todos te conocen y el inca te ama hasta el extremo de dividir contigo el cetro. Entre todos te ha elegido, poniendo sus ojos en ti. Él aumentará tus fuerzas para que resistas las armas enemigas. Cualquier cosa que haya, con tu presencia ha de terminar. Respóndeme ahora, aun cuando tu corazón reviente de ira, ¿no estás deseando seducir a Cusi Ccoyllur? Mira, no hagas eso; no cometa ese crimen tu corazón, aunque ella mucho te ame. No te conviene corresponder a tantos beneficios con tanta ingratitud, cayendo en el lodo. El inca no permitirá eso, pues quiere demasiado a Cusi. Si le hablas, al punto estallará su enojo. ¿Qué, estás delirando por hacerte noble?

OLLANTA.— ¿Cómo sabes eso que mi corazón oculta? Solo su madre lo sabe. ¿Y cómo tú ahora me lo revelas?

HUILLCA UMA.— Todo lo que ha pasado en los tiempos para mí está presente, como si estuviera escrito. Aun lo que hayas ocultado más, para mí es claro.

OLLANTA.— Mi corazón me vaticina que yo mismo he sido la causa del veneno, que sediento he bebido. ¿Me abandonarías en esta enfermedad?

HUILLCA UMA.— ¡Cuántas veces bebemos en vasos de oro la muerte! Recuerda que todo nos sucede porque somos temerarios.

OLLANTA.— Más pronto un peñasco derramará agua y la tierra llorará, antes que yo abandone mi amor.

HUILLCA UMA.— Siembra en ese campo semilla, y ya verás que sin retirarte se multiplicará más y más, y excederá al campo; así también tu crimen crecerá hasta superarte.

OLLANTA.— De una vez te revelaré, gran padre, que he errado. Debes saberlo, ya que me has sorprendido en esto solo. El lazo que me enreda es grande; estoy muy pronto para ahorcarme con él, aun cuando sea trenzado de oro. Este crimen sin igual será mi verdugo. Sí; Cusi Ccoyllur es mi esposa, estoy enlazado con ella, soy ya de su sangre y de su linaje como su madre lo sabe. Ayúdame a hablar a nuestro inca; condúceme para que me dé a Ccoyllur; la pediré con todas mis fuerzas; preséntame aunque se vuelva furioso, aunque me desprecie, no siendo de la sangre real. Que vea mi infancia, tal vez ella será defectuosa; que mire mis tropiezos y cuente mis pasos; que contemple mis armas que han humillado a mis plantas a millares de valientes.

HUILLCA UMA.— ¡Oh, noble, Ollanta! Eso no más hables; tu lanzadera está rota; ese hilo es rompedizo; peina la lana e hila. ¿Quieres ir a hablar al inca solo? Por más que te entristezcas, muy poco tendrás que decir. Piensa todavía que donde quiera que yo esté, siempre he de sofocar tus pensamientos. (Sale).


OLLANTAYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora