ACTO II - ESCENA VII

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Calle de Cusco

(Salen Rumi Ñahui y Piqui Chaqui de lados opuestos; el último como espía).

RUMI ÑAHUI.— ¿Cómo así, Piqui Chaqui, has venido para acá? ¿Por ventura buscas la muerte, junto con el traidor Ollanta?

PIQUI CHAQUI.— Como natural del Cusco, he sido expulsado; me vuelvo sin demora a mi pueblo; porque no puedo habitar los valles.

RUMI ÑAHUI.— Dime ¿qué hace Ollanta?

PIQUI CHAQUI.— Ovilla un quipu.

RUMI ÑAHUI.— ¿Qué ovillo es ese?

PIQUI CHAQUI.— Regálame algo y te avisaré.

RUMI ÑAHUI.— Sí, para golpearte un palo, y para ahorcarte tres.

PIQUI CHAQUI.— Ollanta... Ollanta... Ollanta... Esto... nada más me acuerdo.

RUMI ÑAHUI.— ¡Cuidado, Piqui!

PIQUI CHAQUI.— Y Ollanta... levanta... Y Ollanta... construye una fortaleza de piedras colosales... Ata dos hombres enanos para que salga un gigante. Dime, ¿por qué llevas esa ropa arrastrando como la gallina ingerida lleva sus alas? Mira que el barro mancha hasta lo negro.

RUMI ÑAHUI.— ¿No ves al Cusco, hecho un mar de lágrimas? Pachacútec está enterrado; todos están de luto en medio del plañido universal.

PIQUI CHAQUI.— ¿Quién gobernará ahora después de Pachacútec?

RUMI ÑAHUI.— Túpac Yupanqui ocupará el trono; aunque el inca ha dejado muchos hijos, a pesar de ser aquel el menor y haber todavía otro mayor. Todo el Cusco le ha elegido; y el inca le ha dejado el cetro y las armas. Así, no podemos elegir a otro.

PIQUI CHAQUI.— Voy a traer mi cama. (Se va).


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