ACTO III - ESCENA IV

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(Sale un indio cañari).

INDIO.— Rumi Ñahui me ha mandado muy de prisa con este quipu.

TÚPAC YUPANQUI.— ¡Ve qué dice!

HUILLCA UMA.— (Descifra el quipu). ¡En este quipu hay carbón, que indica que ya Ollanta ha sido quemado! Estos tres... cinco quipus atados dicen que Anti Suyu ha sido sometido, y que se encuentra en manos del inca; esos tres... cinco, que todo se ha hecho con rigor.

TÚPAC YUPANQUI.— Y tú que has estado allí, ¿qué cosa has hecho?

INDIO.— ¡Poderoso inca, hijo del Sol! Mira que soy el primero trayéndote la noticia de que has triunfado, subyugado y derramado la sangre de esos traidores.

TÚPAC YUPANQUI.— ¡Cómo! ¿No he amonestado con frecuencia que no se derrame la sangre de aquella gente, pues bien saben que la amo y compadezco?

INDIO.— ¡Padre mío! No; no se ha vertido la sangre de nuestros enemigos; que corra esta noche.

TÚPAC YUPANQUI.— ¿Qué has visto?

INDIO.— Yo estuve allí junto con todo mi ejército, durmiendo en la confluencia del Qqueru y escondido en Yanahuara. Como en este valle hay muchas selvas para celadas, permanecí oculto en una casa por espacio de tres días, con sus noches, soportando el hambre y las intemperies. Rumi Ñahui vino a verme y me declaró todo su plan: que nosotros debíamos venir de noche, luego de que él regresase a su puesto, pues se iba a celebrar en el cuartel real una gran fiesta, y, cuando todos estuviesen entregados a la embriaguez, podíamos cargar durante la noche con el ejército de los veteranos. Después de haberme descubierto su estrategia, se regresó y aguardamos aquella noche. Mientras tanto, Ollanta pasaba divirtiéndose en la celebración de la fiesta del Sol, junto con los suyos, y el ejército entregado a la fiesta por espacio de tres días. «Nosotros les caímos a media noche, y nuestro ejército entró por sorpresa, sin que el enemigo lo percibiera y estalló sobre él como la tempestad. De esta manera fue al punto sobrecogido de espanto, y cuando volvió en sí, se encontró prisionero en nuestras manos. Rumi Ñahui se hallaba todavía enfermo; aunque Orcco Huarancca marchaba muy triste, sin embargo, empuñaba con furia la cadena. De este, el inca condujo a Ollanta, con su séquito; Ancco Allu con sus mujeres y como cerca de diez mil antis prisioneros. Sus mujeres convertidas en un mar de lágrimas los seguían de cerca. Por esto, en verdad, has visto a Huilcanota entregada al llanto».

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