Si bien para Jongho no era del todo complicado entender las emociones básicas, le resultaba solo un poco confuso cuando éstas se salían de control y traían consigo caos.
Él era joven, demasiado joven para conocer y comprender infinidad de cosas que le rodeaban, y por suerte o desgracia (dependiendo del punto de vista de quien juzgara), aún no había tenido la oportunidad adecuada para experimentar algunas de ellas.
Aunque, bueno, todo aquello cambió al hacerse cercano a Song Mingi, el muchacho de las mil y una conversaciones que irradiaba luz y alegría en cada gesto.
Muchacho que en esos momentos tenía hipeando entre sus brazos, con la cabeza hecha una maraña recargada en su pecho y sujetando su cintura firmemente con sus enormes pero delicadas manos. Ambos estaban en el sofá del castaño, abrazados muy juntitos y con solo la luz de la cocina iluminando ya que Jongho minutos antes se había levantado para ir por un vaso con agua y así calmarlo. Realizar tal acción fue complicado para el pelinegro pues Mingi se había puesto a sollozar con más insistencia cuando le sintió moverse lejos, y resultó el doble de complicado hacer que le soltara la ropa y convencerlo de que solo iría por agua a la cocina.
Después de aquello Jongho no se había separado ni un pelín del lado de Mingi, principalmente porque le angustiaba verle derramar nuevamente lágrimas tan pesadas y dolorosas, y también porque no sabía qué más hacer para ayudar a que mejorara.
Sucedió que esa noche Mingi le llamó de la nada y Jongho, después de colocarse el teléfono en la oreja, se inquietó demasiado por el tono de las incomprensibles palabras que escuchó. Había sido tan desgarrador oír la voz que normalmente era alegre y gruesa casi colapsar del otro lado de la línea, sonaba verdaderamente llena de pánico y desconsuelo, y él sin nada más en la mente que su creciente preocupación hacia Mingi, dejó todo lo que hacía e inmediatamente se desplazó piso arriba para llegar al apartamento contrario. Lo que miró al llegar no fue nada grato pues Mingi, el castaño de resplandeciente y contagiosa sonrisa, yacía hecho un ovillo al lado del sofá mientras temblaba y susurraba palabras incomprensibles.
Jongho creía no haber sido de mucho apoyo en medio de la crisis, y es que absolutamente nadie lo había preparado para una situación así. Mingi continuaba sollozando y seguía sosteniendo su cintura como si su vida dependiera de ello, y en realidad no había cambiado mucho su situación desde que lo ayudó a incorporarse del suelo y a sentarse en el sofá, pero no se iría de su lado a pesar de no tener idea sobre qué más podría hacer para calmar al castaño a su lado. Estaba la opción de preguntarle por alguna sugerencia para ello, pero no quería hacerlo hablar pues lo más probable es que terminaría agobiándolo más y él quedaría como un insensible que no sabe hacer ni lo más básico.
Jongho suspiró inconscientemente con la mirada algo perdida y pensó que haberse metido demasiado en la vida de Mingi cada vez estaba resultando más complicado. Seguía sin arrepentirse, pero se estaba saliendo de sus capacidades.
ㅡ Te estoy fastidiando... ¿verdad? ㅡla quebradiza voz a su lado sacó a Jongho de sus pensamientos e hizo que posara sus orbes sobre los contrarios.
Mingi tenía los ojos aún húmedos a través de sus gafas un poco empañadas y mal acomodadas, los bordes de estos estaban rojos al igual que la punta de su respingona nariz y el chocolate de sus iris se veía turbulento en su mirada cansada. Parecía como si el desastre dentro suyo aún no encontrara del todo la calma pero su cuerpo no pudiera expresarlo por el agotamiento de su energía al haber llorado por tanto tiempo.
ㅡ ¡No, no, no! Para nada, absolutamente no ㅡle dijo con prisa y pegó a Mingi un poco más a su pecho, sin movimientos bruscos y sin usar mucha fuerza, para darle a entender que ese no era el problemaㅡ Solo estaba pensando en qué podría hacer para ayudarte...
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❝See You on the Dark Night❞『MinJoong』
Fiksi Penggemar"Nunca hagas caso a lo que veas en Internet". Su madre se lo repetía en el pasado a cada momento, y Mingi, a pesar de sus ya pasados veinte años, jamás lo tomó en cuenta. Él era un tonto sin remedio, uno enamorado y desesperado por atención, pero t...