🐀 capítulo dos:

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Puesto de arroz...

—¡Mauricio Mendoza! —el llamado de su abuela es lo que le despierta de golpe, saltando de la cama para apresurarse y arreglarse antes de que se diera cuenta de que se había quedado dormido. —¡Espero estés despierto! —ella advierte para luego abrir la puerta de la habitación.

—Bueno días, abuela. —él saluda con una sonrisa temblorosa. —Como ves, estoy despierto y listo para iniciar con este día. —agrega con un movimiento de brazos demasiado animado. Su abuela le ve atentamente con un ceño fruncido, pero luego lo relaja y suspira una sonrisa.

—Vamos a desayunar. —era obvio que se había recién despertado. —Y arregla tus pantalones, están al revés. ¿Eres un adulto o un niño?

Gruñendo por tal despiste cuando su abuela sale de la habitación, Mauricio se arregla para comenzar, ahora sí, con su día.

Desayuna con su abuela, se despide con un gran abrazo y arregla las cosas para ir al mercado. Apenas el sol está saliendo en el horizonte y la brisa fría de la mañana le hace pensar que hubiera sido una buena idea tomar una ruana para pasar el frío. Sin embargo, cuando llega al mercado y ordena las cosas, la tarde llega rápida con todos pasando para comprar arroz. El calor de octubre no es tan pesado, pero aún así todos hablan de el.

Y, de repente, los bulliciosos puestos a su alrededor se quedan en silencio. Mauricio se extraña, pero está buscando algo que se cayó detrás de él, así que no está viendo cuál fue la causa de tan abrupto cambio en el ambiente. Entonces, encontrando lo que se cayó, escucha una voz detrás de él. Inmediatamente se gira y sonríe para atender al cliente, asombrandose al ver de quien se trataba. —¿En qué puedo ayudarlo? —sin embargo dice sin mostrar lo sorprendido que está de tener al tan "temido" Madrigal en su puesto.

Él personalmente nunca creyó lo que todos decían de Bruno Madrigal, pero no iba a discutir con todo un pueblo el como ellos eran los que estaban mal al ver las visiones del hombre como un mal presagio o algo así. Además debía confesar, la primera vez que vio al "sombrío" Madrigal, quedó flechado por él de inmediato.

—Oh bueno... ¿arroz? —Bruno no era especialmente bueno hablando con otras personas, ni en el pasado ni ahora.

—¡Por supuesto! ¿Cuánto? —Mauricio pregunta con ánimos, comenzado a tomar las cosas para ordenar el pedido. Pero cuando el hombre frente a él se queda en silencio y parece realmente nervioso, decide que debe salvarlo de su ansiedad. —¿Lo mando la señora Julieta? Le daré lo mismo que ella siempre pide. —habla mientras trabaja. —Mayormente envía a Dolores cuando ella no puede venir personalmente, a veces a Mirabel, pero no la he visto mucho últimamente. —Mauricio tenía una habilidad asombrosa para hablar, trabajar atendiendo el puesto familiar le había otorgado tal don. Muchas personas que pasaban y compraban eran bastante parlanchinas, así que debía mantener una conversación con ellos antes de caer en un silencio incómodo y desagradable. —Listo, aquí tiene un poco del mejor arroz de todo el Encanto. —también era bastante bueno hablando por él mismo y la otra persona en caso de que no fueran buenas hablando, como parecía ser el caso de Bruno. —¿Necesita algo más? —pregunta curioso cuando el hombre no toma el arroz y sólo se le queda viendo.

—¡No, gracias! —entonces reacciona un poco exagerado y sale corriendo luego de tomar el arroz.

—¡Saludos a la familia! —Mauricio grita detrás, despidiendo a su cliente. Tiene una sonrisa enorme en el rostro, su primer encuentro con Bruno Madrigal no es para nada como alguna vez imaginó que podría llegar a ser, pero está contento al descubrir que el hombre tampoco es todo lo que dicen de él. No es aterrador en absoluto, hasta podría decir que era tiernamente guapo.

[...]

Llegando a casa, Bruno deja las cosas en la cocina y huye a su torre, no podía creer que hubiera visto al niño de su sueño en el mercado. Pensaría que era una enorme casualidad, pero... ¿Realmente lo era? ¿Y si había sido una visión lo que había soñado? No podía creerlo porque era la primera vez que ocurría algo así, pero podía ser una posibilidad. Cuando se escuchan truenos en alguna parte de la casa, Bruno decide que es mejor ir a ver qué ha hecho enojar a su hermana, en lugar de pesar tanto.

Pero, inevitablemente, los días siguientes sigue soñando con el mismo muchacho del mercado, como si sus sueños le quisieran decir algo.

[...]

Mauricio siente que alguien le está viendo, así que gira bruscamente para ver detrás de él, pero no encuentra a nadie. Siente una picazón en su cuello que le advierte que alguien está demasiado cerca observandole, pero nunca ve a nadie que le esté prestando demasiada atención. Así que, sacudiéndose el escalofrío que la sensación le da, sigue caminando por la plaza hasta sentarse en alguna banca en la sombra. Las personas en el Encanto siempre están en constate movimiento, todos trabajando y ayudando. Es su caso también, ayudado en el campo de arroz, en el restaurante familia, en el puesto del mercado o en casa.

Es hijo único, así que su niñez se sintió bastante solitaria, ya que no podía llevarse demasiado bien con los demás niños. Le gustaba estar con los adultos, ayudar a su familia en cualquier cosa, pero a su corta edad en el pasado, no podía hacer mucho. Ahora sí, siendo un adulto, pero ellos siempre insistían en que debía salir más y hacer amigos de su edad, a ver si encontraba una novia en algún momento. "Ya es momento" decía su abuela, arregladole citas con hermosas muchachas de su edad. Él siempre se escapaba, pero no sabía cuánto más podría hacerlo. Cuanto más tiempo pasaba, más hincapié se volvía su abuela en el tema. Por lo menos sus padres no eran tan estrictos con eso.

—Ugh. —sintiendo otra vez el cosquilleo en su nuca, Mauricio se distrae de sus preocupaciones. Sabía que no estaba loco, así que alguien debía estar vigilandolo desde alguna parte, por lo que se decide a atraparlo. Si a la final no resultaba ser nada más que su imaginación, se asustaría.

"En un sueño una visión" | Bruno Madrigal [BL]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora