CAPITULO 24

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El escozor de mi espalda era insoportable. Mis piernas alrededor de las caderas de Andras hacían un esfuerzo por aferrarse a él lo máximo posible, mientras que mis brazos enroscados en su cuello prácticamente lo estaban estrangulando.


El viento gélido me golpeaba la piel. Andras se habían tomado las molestas en envolverme en una manta antes de cogerme en brazos y salir disparados hacia en cielo, no sin antes romper el cristal de la ventana de mi habitación y arrojar la carta que había escrito sobre los finos trozos de vidrio desparramados por el suelo. La probabilidad de que mi padre y mi hermano removieran cielo y tierra para encontrarme, era bastante elevada. Sin embargo, una parte de mí sabía que jamás se les ocurriría pensar en el echo de que me escondiera de ellos entre las misteriosas tierras inmortales. Andras había dicho que eso nos daría una ventaja, que debíamos jugar nuestras cartas con absoluta precisión y utilizar aquellas creencias en su contra. Había muchos lugares en el reino en donde podía esconderme, nuestras tierras eran lo suficientemente grandes como para que les llevara varias semanas, o incluso meses, dar con alguna pista sobre mi paradero.


- ¿Te encuentras bien?.- la voz ronca de Andras me saco de mi subconsciente. Se me había olvidado por completo que estábamos a no sé cuántos pies de altura.


- Creo que si.- susurré cerca de su oído y me aferré con las pocas fuerzas que tenía a su esculpida figura.


Las manos de Andras me sujetaban los muslos con firmeza para que no los moviera durante todo el trayecto. Según él, aquella posición era la única forma de mantenerme a salvo en las alturas, ya que así evitaba tocarme mi adolorida espalda, la cual se encontraba cubierta por la manta.


- Tienes el pecho bastante duro.- comentó al esquivar una corriente de aire.


Los colores se me subieron al rostro.


- No... no es mi pecho.- aclaré en voz baja.- Me he traído algo conmigo.


Andras soltó una risita roca y movió la cabeza en negación.


- No pienso preguntar nada por ahora. Pero en cuanto lleguemos, exijo que me muestres lo que traes ahí escondido, ¿de acuerdo?.

Sonreí y ahogue un gemido al fondo de mi garganta cuando otra corriente nos golpeó y por acto reflejo las manos de Andras se posaron en mi espalda.


- Aguanta. Ya casi estamos.- Mis brazos se volvieron a enroscar en su cuello con el doble de fuerza, a causa de la punzada de dolor. Él se quejó.- Lo siento.- susurró.- aguanta, por favor.


Andras planeó entre las corrientes como estuviera esquivando balas de cañón, o una emboscada de flechas disparadas hacia el cielo. Mis fuerzas se diluían, al igual que un terrón de azúcar se diluye en una taza caliente de té. Andras fue consciente de esto, y aleteó más rápido sus alas para coger mayor velocidad.

No se atrevió a soltarme. Por más que gritara de dolor, Andras seguía estrechándome contra su cuerpo con las manos pegadas a las heridas de mi espalda.


- Estamos cerca, Ava. Puedo ver el balcón de Caleb desde aquí.


Sabía que estaba hablando, era consciente de las vibraciones de su garganta al pronunciar las palabras, pero yo había dejado de escucharle. Mi cuerpo entro como en una especie de trance. La vista se me nubló, y lo único que pude presenciar fue el susurro del aleteo contra el poderoso y gélido viento nocturno.


Su garganta volvió a vibrar, esta vez con más fuerza. Estaba gritando.


- ¡Busca ayuda!.- mi cuerpo se tambaleó contra el suyo antes de sentir la dureza del suelo bajo mis pies.

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