CAPITULO 7

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A la mañana siguiente, los rayos de sol que se colaban a través de los cristales de la ventana hicieron que arrugara la frente en gesto de disgusto, mientras erguía el cuerpo sobre la cama. Me levante soltando un bufido y cerré las cortinas para que la habitación volviera a sumergirse en la penumbra. Estaba cansada, mi cuerpo se quejaba del dolor, y aún podía escuchar los susurros del viento dándome vueltas por la cabeza y atormentando lo poco que me quedaba de cordura.

Corrí al cuarto de baño y empecé a lavarme la cara con agua fría para despejarme de cualquier idea que rondara por mi cabeza a estas horas de la mañana. Me veía fatal, y me sentía aún peor. Mis mechones color caramelo estaban pegados a mi cara debido al exceso de sudor durante la noche. Sin duda no sería un buen día.

- Señorita Vandergeld- la voz de Claris al otro de la puerta atrajo mi atención. - ¿Está visible?.

Cerré la llave del grifo y me encaramé mi bata de dormir, ajustándola lo máximo posible a mi cintura.

- Adelante - dije al tomar asiento en el borde de mi cama. No sin antes ocultar el monstruoso libro bajo las finas sabanas.

Claris abrió la puerta y asomó su cabeza pelirroja con una sonrisa en el rostro.

- Buen día, señorita.

- Buenos días, Claris.- intente no parecer demasiado cansada, y me esforcé mucho devolverle la sonrisa, mientras ella se disponía a dejar una bandeja con una gran taza de té y unos cuantos sándwiches sobre el borde de mi cama.

- Al rey le pareció apropiado que tomará el desayuno en la comodidad de su habitación.- se dirigió a la ventana y abrió las cortinas de par en par.

Solté un bufido e intente apartar el rostro de la molesta luz.

- ¿A que se debe tanta consideración?.- pregunte mientras cogía uno de los sándwiches y le pegaba un mordisco. Era de queso y nueces.

- No lo sé.- abrió la ventana para que el aire circulara.- Pero supongo que podrá preguntarle en unos minutos.

Alce una ceja y deje de masticar.

- ¿Como dices?.

- El rey quiere verla en su estudio en cuanto a acabe de desayunar.

¿Yo? ¿En el estudio de mi padre? eso si que es una novedad.

- ¿No dijo el por que?.

Ella negó con la cabeza en silencio.

- Puedo preguntarle, si así lo prefiere.- soltó al ver mi cara de confusión y sorpresa.

- No será necesario.- tome un sorbo del té.- Iré ahora mismo.

Claris se quedó perpleja al ver como me levantaba de la cama y me colocaba unas pantuflas de estar en casa.

- Pero..¿Que hay del desayuno?.

- Puedes llevártelo, ya he acabado con el.

La idea de que mi padre deseara encontrarse conmigo en su estudio hacía que toda la situación se tornase de lo más extraña

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La idea de que mi padre deseara encontrarse conmigo en su estudio hacía que toda la situación se tornase de lo más extraña. En la cabeza de ese hombre pondrían estar pasando mil y un ideas, las cuales en su mayoría podrían terminar en desastre. Sin embargo, el echo de que me pidiera una audiencia en su estudio sólo podía significar una cosa. Problemas. Y no de esos simples, sino de los grandes y caóticos.

Al llegar al estudio, llame a la puerta con la enorme aldaba de hierro que tenía la forma de la cabeza de un león. Aquel objeto pesaba demasiado, por lo que tuve que utilizar ambas manos para golpear el metal contra la madera.

Las puertas se abrieron lo suficiente como para apreciar al hombre uniformado y de baja estatura que se encontraba en el interior de la habitación.

- Remi.- reconocí la voz gruesa y carrasposa de mi padre.- ¿Quien es?.

- Vuestra hija, Majestad- respondió él sin apartar sus ojos castaños de mi desaliñada presencia.

- ¡Esplendido!, déjala entrar.

Remi se hizo a un lado y me tendió la mano para indicarme que podía pasar.

- Alteza Real - fue todo lo que dijo en compañía de una breve reverencia cuando puse un pie en el estudio de mi padre.

- Puedes retirarte, Remi. Te llamaré si te necesito.- mi padre ni siquiera lo observo mientras decía aquellas palabras. Ni siquiera me observo a mi entrar en la habitación. Tenía los ojos clavados en un puñado de cartas, y los sellos de cera ya se hallaban desparramados por todo su escritorio de caoba.

Sentí como se cerraban las puertas a mis espaldas, mientras la habitación se sumergía en un incómodo silencio. La puerta de la biblioteca de mi padre se encontraba abierta, lo cual me dio a entender que no estábamos solos.

- Creí que estarías presentable.- soltó sin dejar de mirar las cartas.

- Me han dicho que querías reunirte conmigo. Eso me pareció más importante que asearme y ponerme algo decente solo para verte.- por fin logré que levantara la mirada y calvara sus penetrantes ojos azules sobre los míos.

- Seré breve, querida.- tiro las cartas a un lado y se acomodo en el respaldo de su sillón de cuero.- Me gustaría que te tomaras la mañana para ti. Necesito que te pongas decente y escojas un vestido para la fiesta de esta tarde.

¿Un vestido? ¿Fiesta?.

- ¿Como dices?.

- Ya sabes a lo que me refiero, Ava. Quiero que te pongas algo elegante, fresco, practico. Un vestido digno de una mujer Vandergeld.

- ¿Puedo saber cuál es la ocasión?.- pregunte cruzando los brazos a la altura del pecho.

- Un asunto de suma importancia para la casa real. Así que más vale que estes presentable.- Dorian salió de la biblioteca de mi padre con un libro en mano y se sentó en uno de los sillones de cuero negro que estaban a un lado de la ventana.

- No entiendo, ¿que es tan importante?.

- No hay más que decir, Ava. Cumple con lo que se te ha pedido y ya está. No más preguntas.

- Tu no eres quien para darme órdenes.

- Las órdenes te las he dado yo.- mi padre se levanto de su sillón y apoyó las manos firmemente sobre su escritorio.- Así que procura cumplirlas al pie de la letra.

- Pero..

- No voy a discutir contigo, Ava. Retírate.

Observe a mi hermano y aprecie esa sádica sonrisa que se le dibujaba en el rostro como si estuviese diciendo << estoy en ventaja, pequeña zorra>>.
Los fulmine a ambos con la mirada antes de salir a regañadientes del estudio de mi padre, mientras maldecía en mi cabeza y cerraba de un portazo, con la intención de hacer temblar todos los cimientos de este viejo palacio.

Maldito sea el día en el que decidí volver a esta horrible familia.

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