CAPITULO 20

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- Dejad a los caballos en el establo y guardad las armas en el arsenal.- ordenó Roussel cuando entramos en los terrenos del palacio.- Meyer.- le llamó.- Ve con el resto del grupo. Yo me encargaré de ella.

El soldado asintió antes de desmontar el caballo y tenderme la mano para ayudarme a bajar.

Esta vez la acepté.

Me quedé observando a Meyer durante unos segundos, mientras apreciaba aquellas facciones que me recordaban al trío alado. Ese cabello azabache y alborotado, la piel pálida, los ojos.....

No.

Sus ojos no eran como los de ellos, oscuros y lúgubres como la noche. Eran como los míos, de un azul tan penetrante que tu reflejo parecía estar ahogándose en las profundidades del mismísimo océano.

Meyer tampoco tenia tatuajes, su piel estaba libre de marcas tribales dibujadas con tinta negra, además de carecer de aquellas majestuosas alas.

Calvin Meyer no era como ellos.

Era como yo.

Y algo en mí pareció decepcionarse al entender que no se trataba de ninguno de ellos.

No era Dargan.

Ni Caleb.

Ni Andras.


- ¿Todo en orden, Alteza?.- preguntó Meyer, haciéndome volver a la realidad.

- ¿Ocurre algo, Soldado?.- Roussel estaba de pie a pocos metros de distancia, con los brazos cruzados y la ceja ligeramente arqueada. Meyer lo observo durante uno segundos, para luego clavar aquella mirada de zafiro sobre mi. Se aclaró la garganta y negó con la cabeza, mientras cogía al caballo por las riendas y empezaba a caminar hacia el establo.

Cuando el soldado estuvo lo suficientemente lejos, Roussel aprovechó la oportunidad para acercarse y ofrecerme el brazo.


- Permítame dar un paseo con usted antes de entrar, Alteza.- observé su brazo enfundado en aquella chaqueta color vino con hombreras doradas, las cuales combinaban con el color de los botones y de la empuñadura de sus espada.


Se aclaró la garganta para hacerme reaccionar, y parpadeé un par de veces antes de enganchar mi brazo con el suyo.


Era una noche tranquila. Las estrellas brillaban en el firmamento y el viento gélido andaba a sus anchas entre los aún adornados pasillos de nuestro hermoso jardín.


- No han quitado la decoración.- comenté al observar los decorados de telas y luces que colgaban de los árboles. Las mesas seguían intactas, el altar y las sillas para los invitados aún estaban ahí, e incluso me percaté de la enorme mesa de dulces, la cual a estar alturas, ya se encontraba completamente vacía.


- Debo admitir que el banquete estuvo delicioso.- comentó Roussel.

- ¿Habéis celebrado el banquete?.

- Los invitados ya estaban aquí, y el rey no quería desperdiciar la comida- se encogió de hombros.- Esa fue su manera de ofrecer disculpas ante lo ocurrido.

- No pienso disculparme por lo que pasó.

- Lo se. Y en cierto modo, es comprensible.

- Vosotros no comprendéis nada.- espeté.


Roussel me observo de reojo, mientras desenganchaba su brazo del mío y se plantaba delante de mí.

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