CAPITULO 40

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La puerta de la habitación se abrió con violencia.

Aparté las manos de mis oídos y me di cuenta de que la melodía provenía de alguna parte del palacio. Se escuchaba demasiado cerca, por lo que decidí aventurarme en la oscuridad hasta descubrir su punto de origen.

Cogí una bata de seda roja y me envolví en ella antes de sumergirme en la penumbra de aquella habitación circular. La antorchas estaban apagadas. No había luz que se colara por debajo de las puerta, por lo que supuse que los príncipes del infierno se encontraban envueltos en un sueño profundo, cuya melodía nocturna era incapaz de interrumpir.

Enhorabuena por ellos.

La curiosidad se apodero de mi mente cuando empecé a seguir el dulce sonido y este me guiaba mas allá de las escaleras que claramente tenia prohibido subir. Recuerdo que la primera vez que puse un pie en este salón, Dargan me había comentado que el piso de arriba carecía de importancia y que no merecería ningún tipo de interés por mi parte.

Que equivocado estaba.

A medida que me acercaba a las escaleras la música cobraba mayor intensidad. La oscuridad era demasiado densa, tuve que cogerme la bata y subirla hasta dejar mis tobillos al descubierto, solo para evitar tropezarme con los escalones y protagonizar un escandalo en mitad de la noche. Con un poco de suerte nadie se enteraría de mi pequeña exploración.

Subí.

Los escalones de madera crujían bajo mis pies a cada paso que daba, las corrientes de aire gélido me bamboleaban la tela de la bata de aquí para allá y un pequeño hilo de luz dorada me daba la bienvenida al piso de arriba.

Solté la tela de mi bata y deje que se arrastrara por el suelo. El destello de luz dorada provenía de una pequeña habitación, la puerta estaba entre abierta y aquella melodía no hacia mas que llamarme a que entrara.

Demasiado atractiva.

Demasiado familiar.

Me acerqué con sigilo hasta estar lo suficientemente cerca de la puerta como para echar un vistazo dentro sin que se notara demasiado mi presencia.

Fue ahí cuando lo vi.

Rider estaba sentado en un banco rectangular revestido de piel, tenia los ojos cerrados y las manos tamborileando armónicamente sobre las teclas de un pianoforte. Tocaba sin titubeos, no había partitura y tampoco un cuadernillo en donde estuviera escrita la canción. La música parecía salir de su cabeza de forma automática, como si llevara ensayándola desde hace muchísimo tiempo y ahora le resultara un juego de niños.

Su destreza era impresionante.

Ava... Dulce, pequeña e inocente, Ava...

La voz me tomo desprevenida, erizándome la piel. Me alejé de la puerta, intenté volver sobre mis pasos pero la traición de la madera crujiendo bajo mis pies me dejó al descubierto.

Rider dejó de tocar.

- Gracias por interrumpir mi momento de paz.- Rider cerró la mano y estrelló su puño contra las teclas más graves del pianoforte.

El sonido me retumbó hasta los huesos.

Se levantó y giró la cabeza hacia mí. Sus ojos parecían clavarse en los míos, aunque estaba segura de que solo podía ver oscuridad más allá de la ranura de la puerta.

Entornó los ojos y abrió las aletas de su nariz.

- No sirve de nada ocultarse tras las sombras, querida.- sonrió - Puedo oler tu miedo, el sonido de tu corazón desbocado y de tu respiración entrecortada es ensordecedor.

Rider avanzó con elegancia, colocando sus manos tras la espalda e irguiendo el cuerpo para realzar su altura e imponencia.

Luego preguntó:

- ¿Qué haces despierta a estas horas?.

Su voz fue un susurro apenas perceptible. Intente alejarme de la puerta por segunda vez pero la madera bajo mis pies me volvió a delatar.

Rider sonrió victorioso ante el crujido del suelo.

Maldije en mis adentros.

- Pesadillas...

Su sonrisa desapareció al instante. Rider termino de recorrer la distancia que lo separaba de la oscuridad y abrió por completo la puerta de la habitación.

Su mirada se encontró con la mía. Permaneció en silencio durante unos segundos para después hacerse a un lado, permitiéndome ver el interior de la habitación.

- ¿Te apetece entrar?- Rider se aclaró la garganta en cuanto las palabras salieron de su boca. Clavó su mirada en el suelo.

- No quiero interrumpir...

- Ya lo has hecho.- sus ojos volvieron a mí - Solo prométeme que no apuñalaras mi pianoforte con un arma robada.

Vi la diversión en sus ojos y no pude evitar soltarle una sonrisa.

- ¿Me tenéis miedo?- pregunté.

- No. Pero considero que es una falta de respeto ir apuñalando muebles ajenos con un arma que no te pertenece.

- No pienso pedir perdón por lo que le pasó a tu preciado escritorio.- solté decidida, mientras recogía un poco la tela de mi bata y entraba en la habitación como si fuese la putísima reina de este lugar.

- Lo sé.- dijo tras cerrar la puerta - Pero ahora me debes una, Vandergeld. Y ya pensaré en como cobrármela.

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