La cara del dolor

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11 de julio de 2019

 

            “Pensé que habías dejado el arma en casa” le digo a David.

            “Dejé una”

            Santiago Aragonés es nuestro nuevo aliado. Mi hijo y yo seguimos caminando hacia el piso, y justo en el umbral del portal, hay una mujer de espaldas. Le toco uno de sus hombros, para que se inmute de nuestra presencia, y nos permita pasar.

            “Perdone, señora, ¿Nos deja pasar?”

            “Te tengo”

            Se da la vuelta y agarra mi cuello, intentando ahogarme. La opresión que ejerce su brazo es férrea. Su otra mano sujeta una pistola con la que apunta a David. Ella no nos deja ver su cara. Por su voz diría que es Nocturno.

            “¡Tú… Otra vez!”

            “Esta vez te has traído a tu amigo” dice con su desagradable voz.

            “Papá, ¿Puedo? ¿Quién es?” Pregunta, introduciendo su mano en el bolsillo de su abrigo lentamente.

            “Esta es la asesina de la que te hable. Ella es Nocturno”

            Sin pensárselo dos veces, extrae su arma con la velocidad de un relámpago. David no atiende a razones en este tipo de situaciones. Él y Nocturno están amenazados por pistolas. Yo estoy oprimido por los poderosos dedos de la asesina.

            “Permite que me presente, Nocturno. Soy David, el hijo de Javier, la persona a la que estás estrangulando. Te pido encarecidamente que abandones tu intento de homicidio, yo te prometo que no dispararé mi arma”

            “Pareces educado a pesar de sostener un arma”

            “Lo primero siempre son los modales. Luego viene la masacre”

            “Hablemos, porque además esta vez me interesas tú, renacuajo”

            “No me gustan los apelativos que se puedan entender como un diminutivo”

            “Verás. Hace unos días disparaste a un tal Raúl Goya. Aunque no lo creas, él es importante”

            “Sí, reconozco haberle herido. Ahora permite que sea yo quien pregunte. ¿Eres realmente una futurista? ¿O es que eres antifuturista? Desde luego, lo primero que descarto, es que seas neutral”

            Empiezo toser a causa de la falta de aire en mis pulmones. Ella me mira, y vuelve su atención a mi hijo.

            “No tenemos tiempo. Y menos aún tu padre. Acabemos con esto”

            “Déjale. Él no te ha hecho nada”

            “Quiero algo”

            “Habla”

            Es increíble la frialdad con la que ambos hablan. El ambiente se está cargando de un aire gélido, tanto, que es capaz de congelar hasta la más ardiente llama. A ninguno de los dos le importa agredir al otro. Esa es la sensación que tengo.

            “Tienes un cuaderno muy bonito en casa, David. Sé que en él, escribes todo tipo de torturas. Me interesa. Así que te lo exijo como compensación por haber disparado a mi amigo”

Los lazos olvidadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora