«No es posible», se dijo Rafael mientras corría hacía el coche poniéndose la chaqueta por el camino. «¡Esto es de locos!».
Cuando llegó, su compañero ya tenía el vehículo en marcha y estaba listo para salir a toda prisa. Con las sirenas y el poco tráfico que había en verano en Madrid, se plantaron en la dirección indicada en seis minutos treinta y siete segundos. «Nuevo récord», se felicitaron alegres. No se trataba de una emergencia real, no obstante, la eficiencia era igual de satisfactoria.
En cuanto pararon se encontraron con varios curiosos mirando hacía la fachada del edificio que tenían enfrente, justo el lugar al que se dirigían. En la fachada lo único destacable que había era una chica prácticamente en cueros atrapada en uno de los majestuosos balcones. En otro momento hubiera pensado que los curiosos admiraban la fachada de mármol blanco, pero no ese día.
Rafael no pudo evitar sonreír, la vecina de enfrente era todo un personaje. Desde que se había mudado al edificio llevaba ya tres incidentes leves en los que habían tenido que intervenir ellos, los policías de la zona.
La primera vez, incendió la cocina. Según dijo, estaba intentando hacerse la cena cuando la sartén prendió sola y, ni corta ni perezosa, en lugar de taparla para que el fuego se extinguiera por sí mismo, se le ocurrió echarle encima lo primero que pilló; una botella de aceite de semillas enterita. Como era de esperar, el aceite hizo que el pequeño fuego de la sartén aumentara y llegará hasta el extractor de humos y toda la parte frontal de la vitrocerámica.
Cuando llegaron los bomberos se quedaron sorprendidos de que el fuego no se hubiera extendido más, después de todo la chica parecía tocada por la fortuna.
La segunda vez que tuvieron que ir a socorrerla, fue porque se había quedado encerrada en el ascensor y el presidente de la comunidad y el portero, los únicos que tenían la llave, estaban de vacaciones en la playa con sus respectivas familias. Cuando la sacaron la pobre estaba casi deshidratada, pero aún así, la jodida estaba igual de guapa.
La tercera vez que intervinieron, y lo chocante es que siempre le ocurrían las cosas durante su turno, se había dejado las llaves de casa dentro y un domingo en pleno agosto no había un maldito cerrajero de guardia para abrirle la puerta y ahora, al llegar, se encontraba con semejante panorama. A ese paso los del seguro le iban a subir la cuota un doscientos por cien.
Pepeto le dijo con una sonrisa socarrona en la cara.
—Rafael, ¿vas tú? —y su dichosa sonrisita le tocó las narices. Ahora les había dado por pensar que la chica hacía todo eso para encontrarse con él. Con lo fácil que sería hacerse la encontradiza en el rellano de la escalera o llamar a su puerta para pedirle un poquito de azúcar.
—Claro —respondió escueto. ¡Qué narices! La calamitosa era guapa y seguro valía la pena verla en ropa interior.
Subió andando al cuarto piso y llamó a la puerta siete. En seguida se oyeron unos pasos y una señora mayor abrió la puerta sonriente.
—Rafael , ¡qué sorpresa!
—Hola, señora Leonor , ¿me podría dar las llaves de Alejandra , por favor? Necesito entrar en su piso y no me apetece llamar a los bomberos para que rompan la puerta a hachazos —bromeó.
—¿Qué ha hecho esta vez? —preguntó la mujer sin ocultar su curiosidad.
—Se ha quedado encerrada en el balcón y no me pregunte cómo, porque no tengo ni idea, pero ahí está, paralizando el tráfico —la señora mayor se dio cuenta de que a él le parecía divertida la situación en la que estaba Alejandra.
—¿Y por qué lo paraliza, hijo? ¿Por quedarse encerrada? ¡Qué cotilla que es la gente, Dios bendito!
—Porque está casi desnuda, señora Leonor. Por eso.
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NO TE VAYAS ESTA NOCHE
RomanceAlejandra es una mujer de éxito, fantástica en su trabajo como fotógrafa de moda. El problema es que es un desastre en la vida real, propensa a los accidentes y con un nulo sentido de la orientación, su vida transcurre entre percances domésticos y c...