Capítulo 7

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Pasaban tres minutos de las nueve cuando Rafael llamó al timbre de Alejandra , con el pelo húmedo, una camiseta blanca que marcaba sus brazos bronceados y unos vaqueros desteñidos. En cuanto esta abrió la puerta, Rafael pudo oler el embriagador perfume que la envolvía, no había conseguido sacárselo de las fosas nasales en todo el día, incluso se cuestionó si todo se reducía simplemente a que se había obsesionado con el tema. Alejó de su mente ese pensamiento, para centrar toda su atención en la mujer que le sonreía.

Alejandra iba tal y como él le había pedido, informal. Llevaba una mini vaquera que dejaba al descubierto sus bien formadas piernas, unos zapatos de cuña y un top de tirantes rojo. Le costó varios segundos recobrar la voz.

—Hola Rafael , qué puntual —le saludó ella amablemente, ante el silencio de Rafael.

—La puntualidad es uno de mis mayores defectos —contestó sonriendo.

—Querrás decir virtudes.

—No, defectos, algún día lo entenderás. De momento prefiero preservar la buena opinión que tienes de mí —explicó fingiendo seriedad.

Ella rió y su risa, al igual que su voz, sonó ronca y sensual lo que consiguió que Rafael volviera a centrar su atención en su acompañante.

—Estás preciosa, ¿nos vamos?

Tal vez si sus pies se ponían en movimiento conseguiría que su cerebro también lo hiciera.

Bajaron en el ascensor hasta el aparcamiento. El silencio fue roto por el pitido del coche cuando Rafael le dio al mando a distancia abriéndolo antes de llegar. Amablemente le abrió la puerta a Alejandra para que entrara y cerró tras ella. Una vez en marcha, Rafael puso bajita la música y se estrujó la mente intentando encontrar un tema de conversación con el que apartar su atención de las piernas de su acompañante.

Al parecer la incomodidad era mutua porque fue ella quién inició la charla.

—¿Dónde vamos? —preguntó suavemente.

—A la tasca Casa Iñaki. Ya verás como te gusta —comentó divertido. Alejandra tenía cero posibilidades de superar la prueba a la que sometía a las chicas con las que salía. Estaba harto de mujeres que se mataban de hambre para cuidar la línea. De señoritas que se creían lo más y que no eran capaces de comer en un bar normal y corriente en el que no se sirviera la comida en platos de porcelana con diminutas raciones.

—La conozco. Está muy bien —contestó tan feliz. Rafael abrió mucho los ojos, sorprendido por su respuesta.

—¿Has estado allí? —preguntó todavía ojiplático.

—Sí, claro. Tienen unos callos estupendos. Fue uno de los primeros lugares que visité cuando empecé a salir por Madrid. Aunque desde entonces he ido varias veces más —explicó como si nada.

—¡Genial! Me alegra haber acertado —se limitó a decir totalmente asombrado. Alejandra era sin duda como un huevo Kinder, dulce por fuera y con una sorpresa por dentro. Y la idea de ver lo que había dentro de ella le llamaba poderosamente la atención.

Cuando entraron a la tasca fue el propio Iñaki el que se acercó a saludarles, y Rafael comprendió que Alejandra había estado allí más veces de las que había confesado, ya que el dueño la saludó cariñosamente por su nombre. Incluso los sentó en su mejor mesa, hito que él jamás había conquistado a pesar de ser un cliente habitual.

Rafael comprobó asombrado como Alejandra no le hacía ascos a la comida y mojaba los callos con el exquisito pan de pueblo que servían allí. Después de hartarse a comer, todavía le hicieron un hueco al postre. Si bien se negó a comer arroz con leche, no hizo lo propio con el flan de huevo que le trajo el camarero cortesía de Pura, la cocinera.

NO TE VAYAS ESTA NOCHEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora