Capítulo 11

46 5 0
                                    

—¿Sabes, Pablo? He estado pensando que quizás deberíamos aceptar el trabajo para Konnim. Podría ser interesante.

—¿Ahora quieres ir a Japón? Pero si me dijiste que no te apetecía viajar, que querías trabajar unos meses en casa.

—Bueno, pues he cambiado de opinión. Ahora me apetece salir y ver mundo. Pero si ya no puede ser Konnim, di que sí a Redline y listo.

—¿Londres? ¿Londres es tu idea de ver mundo? Te lo sabes de memoria.

—¿Por qué narices estás tan susceptible? Redline tiene su sede en Londres, y eso no es culpa mía —se defendió.

—¿Yo estoy susceptible? Tú, eres la que está susceptible. Y lo más desconcertante de todo es que de repente quieras irte del país a toda costa. Hace unos días me pediste un descanso, ahora ya no lo quieres... ¿Por qué no te vas a Valencia a ver a tu madre? Al menos dime porque tienes que buscarte un destino fuera de España. ¿Qué narices te pasa?

—No me pasa nada.

—Esa respuesta no me sirve. Dime la verdad.

—Insinúas que miento —Alejandra buscaba cualquier salida que le evitara dar explicaciones.

—¿No lo haces?

—No.

—Si tú lo dices —aceptó Bruno. Conocía demasiado a su amiga como para saber que hasta que no le hubiera dado unas cien mil vueltas a la idea que le preocupaba no iba a decir nada al respecto.

—Lo digo.

Bruno se pasó las manos por el cabello. Cada vez más convencido de que a Alejandra le preocupaba algo que tenía que ver con el vecino policía. Deseó que no se tratara del mismo mal que había aquejado a Susana y que Rafael a diferencia de Ángel fuera bueno en las cosas... importantes.

—¿Se puede saber por qué estamos discutiendo sobre trabajo un domingo por la tarde?, ¿dónde está tu policía? —preguntó dispuesto a descartar su hipótesis de que el culpable de la irritabilidad de Alejandra fuera Rafael.

—No es mi policía.

«¡Bingo!» se felicitó Bruno mentalmente.

—Eso explica tu malhumor —se burló.

Alejandra ignoró el comentario, cogió el ipod y se dispuso a escuchar música mientras limpiaba y preparaba las fotografías para el calendario. La conversación de su amigo era demasiado molesta para el humor de perros que tenía en esos instantes.

Pulsó el play y comenzó a sonar la primera pista con The Killers, «Here with me». Iba a pasarla para poner algo más movidito, cuando una estrofa atrajo su atención...

You showed me your smile and my cares were gone Falling in love filled my soul with fright

You said «come on babe, ill be alright» Must have been a fool till the bitter end

Now I hold on to hope that Ill have you back again

Id bargain and Id fight But theres another world youre living in tonight

—No sé qué estarás escuchando, pero debe de ser malísimo, solo eso justificaría la cara de horror que pones ahora mismo.

—No digas más tonterías, que desde que nos hemos sentado no has parado de decirlas —pidió levantándose del sillón y saliendo del despacho.

Había sido mala idea trabajar en las fotos del calendario solidario, no podía concentrarse mientras todavía sentía el cuerpo de Rafael pegado a su espalda. Y cada imagen de las que le había tomado le traía a la mente cada una de las caricias que habían compartido apenas unas horas antes.

Susana se debatía entre el nerviosismo y la euforia, sin terminar de decidirse por ninguna de ellas. Tras el numerito que habían protagonizado ella y Bruno esa misma mañana en el hotel de su marido, finalmente Ángel había aceptado divorciarse. Todavía no había llegado a casa de su hermana cuando Ángel ya le estaba llamando al móvil para aclarar su postura. Durante casi una hora habían mantenido una conversación que podía catalogarse como cualquier cosa, menos amistosa. Después de varias amenazas por parte de Susana y alguna petición por la de Ángel, a la que había accedido sin consultar con la interesada, Alejandra. Su marido había claudicado y estaba de acuerdo en tramitar un divorcio rápido e indoloro. Lo que no estaba tan claro sería si llegaría a ser una mujer divorciada, o si Ángel quedaría viudo cuando su hermana la asesinara al descubrir lo que Susana la había comprometido a hacer.

«¡Esto hay que celebrarlo!» se dijo levantándose a por una de las deliciosos cupcakes que había horneado para relajarse. Iba a regresar al sofá a seguir viendo la caja tonta, su hermana y Bruno estaban encerrados en el despacho y David seguía durmiendo, por lo que ni siquiera había comido con ellos, cuando vio el libro que había comprado el mismo día en que llegó a Madrid a instalarse con su hermana mayor. Se había hecho con él para entretenerse mientras esperaba a que Alejandra apareciera y le abriera la puerta, Susana no había contado con que una anciana le diera la llave y la invitara a desayunar en su propia casa poniéndola al día de los chismes más nombrados. Acomodándose se descalzó y se sentó sobre sus piernas en la alfombra, apagó la televisión y abrió el libro por la primera página. Si bien lo primero que le llamó la atención en la librería fue la cubierta, la sinopsis resultaba cuanto menos estimulante.

Bruno entró en el salón con la cara larga.

—Tu hermana está de un humor lastimoso. ¿Qué lees tú? ¿Y por qué estás tan colorada? —preguntó sin dar tiempo a Susana de responder.

—Por nada, estamos en verano y hace calor.

—¡Oh Dios mío! ¿Estás leyendo lo que yo creo que estás leyendo?

—Eso parece, porque acabas de ponerte histérico —se burló apartando la mirada del libro.

—¿Y qué tal es? —preguntó Bruno sentándose a su lado en la alfombra.

—Humm, interesante.

Sin poder esperar a que su amiga se explicara mejor, se lo arrancó de las manos y se puso a hojearlo. Susana le miró exasperada, pero él ni siquiera se dio cuenta concentrado en lo que estaba leyendo.

—Es buenísimo. Déjamelo, quiero leerlo.

—Tendrás que esperar a que lo termine. Y a lo mejor si te vas y me dejas en paz lo hago rapidito y todo.

—Ni lo sueñes. Hazme un sitio que me quedo contigo —pidió con autoridad.

—No soporto que lean por encima de mi hombro —se quejó. Adiós tranquilidad.

—Me lo debes. Por ti he arriesgado mi hermosa cara esta mañana. ¡Qué pronto se te olvidan mis sacrificios! —murmuró con teatralidad..

Susana conociendo la vena dramática de su amigo aceptó rápidamente. No fuera que le diera por alargar la conversación cuando lo que ella quería era seguir con la lectura.

Dos horas después, Alejandra atravesó el salón de camino a la cocina y se quedó paralizada ante la estampa que se encontró: tirados de cualquier manera en la alfombra, su hermana y su mejor amigo compartían un libro.

—¡Dios! Por vuestra cara de culpabilidad deduzco que estáis planeando mi asesinato. ¿Qué es, El príncipe de Maquiavelo?—les preguntó riendo.

—No seas engreída, tu asesinato no nos alteraría tanto. Y el príncipe no nos pondría tan cardíacos, qué quieres que te diga, nosotros somos republicanos. Y puestos a elegir preferimos a los empresarios —explicó Bruno sin levantar la vista del libro.

—Bueno es saberlo. Por cierto, mañana nos vamos a Londres, no hagáis planes para las próximas dos semanas.

NO TE VAYAS ESTA NOCHEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora