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En lo más alto de la ciudad de Monstadt, dentro del cuartel general de los Caballeros de Favonius, se encuentra la Gran Maestra Intendente, justo detrás de una gran montaña de papeles esperando a ser firmados.
La rubia se encuentra tan sumida en la lectura de los archivos, que ni siquiera nota el constante golpeteo de la puerta. Cansada de esperar, tú qué estabas del otro lado simplemente entras, encontrándote de lleno con la gran torre de papeles.
—¿Maestra Jean?.— Preguntas con preocupación, buscándola por todos lados con la mirada.
—Ah, ____, aquí.— Desde atrás del escritorio aparece el agotado rostro de Jean. —Lo siento, no te oí entrar. Ya está informada tu salida, puedes irte.
Frunces el ceño con evidente molestia. Hoy habías tomado el día libre debido a un terrible resfrío que te hacía doler la cabeza, sin embargo, decidiste cambiar de planes al ver la enorme cantidad de trabajo que la rubia tenía. Conociéndole, lo más seguro era que Jean no durmiese en toda la noche por terminar con todos los pendientes. Y lo peor de todo, ¡Jamás pedía ayuda!
Así que, ignorando el terrible dolor de cabeza, tomaste la silla más cercana y la arrastraste hasta el escritorio, sentándote frente a Jean. Tomaste una de las tantas carpetas, y comenzaste a leer su contenido. Todo aquello bajo su atenta mirada
—¿Se puede saber que estás haciendo?.
—¿Que no es obvio? Te estoy ayudando.— Respondes sin quitar la mirada de la carpeta. Firmas con rapidez la hoja, y la dejas a un lado, para luego tomar otra y comenzar a leerla. —Estoy segura de que no piensas irte a casa hasta terminar todo, ¿Verdad?.
—Pero tú...
—¿Cuántas horas has dormido hoy?.— Preguntas, pasando tu vista de los archivos hacia los azulados ojos de la Gunnhildr.
Jean desvía la mirada con pena ante la pregunta. Realmente no lo recuerda, pero es que últimamente ha tenido un montón de trabajo, y prefiere invertir todo su tiempo en el.
—Tal vez unas tres o cuatro.
—¿Seguidas?.—Vuelves a preguntar, cruzándote de brazos.
—No...
—¿Lo ves ahora?.— Estiras el brazo y sujetas las manos de la rubia entre las tuyas.—No tienes que cargar con todo tu sola, Jean. Déjame ayudarte.
