El futuro entierra al pasado

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-Jean, te agradezco enormemente tu ayuda, pero puedo seguir sola. [le indicó la joven rubia a la Gran Maestra Intendente. Estaba tratando de curar el brazo de uno de los heridos] Tenéis que planear vuestros siguientes movimientos, ¿no? Vete sin problema.

[La caballera observó a aquella muchacha con mal disimulado orgullo. Bárbara, su hermana pequeña, estaba haciendo una labor de vital importancia en aquel campamento cercano a Espinadragón. Sin los cuidados de la diaconisa, Timaeus no habría sobrevivido en el estado en que había llegado y tampoco hubiera sido posible tratar de urgencia a los dos escuadrones que habían logrado resistir a una peligrosa emboscada en la montaña. En sí, la Iglesia de Favonius, era un pilar para Mondstadt. Eso se demostraba especialmente cuando se iniciaban las guerras]

-Lo haría, Bárbara, pero me temo que voy a necesitar a Kaeya. [comentó la Caballera de Dandelion antes de cruzarse de brazos y dedicarle una sonrisa cálida a su hermana menor]

-Oh, es verdad, perdón. [se disculpó la monja. Jean sabía que su hermana estaba cansada. Había tenido que atender a mucha gente en pocos días y eso le había impedido dormir bien. Y, a pesar de todo eso, Bárbara seguía esforzándose al máximo para tratar a todos. Había dejado a aquellos que tenían heridas leves para aquel día, por lo que ya apenas le quedaba trabajo que hacer. Jean esperaba que, tras terminar, pudiera irse un rato a la cama a recuperar fuerzas] ¿Qué tal te sientes, Kaeya? ¿Te molesta menos ahora el brazo? [le cuestionó a su pacientetras apartarse]

 Jean esperaba que, tras terminar, pudiera irse un rato a la cama a recuperar fuerzas] ¿Qué tal te sientes, Kaeya? ¿Te molesta menos ahora el brazo? [le cuestionó a su pacientetras apartarse]

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[El caballero movió el brazo derecho de un lado para otro y flexionó y estiró los músculos varias veces para asegurarse de cómo podía definir cómo se sentía en aquellos instantes. Había resultado herido debido a unos misiles de uno de los Guardianes de las Ruinas. Si bien no había recibido un impacto directo, el cual podría haberle arrancado por completo la extremidad, el proyectil le había destrozado parte de la manga de su camisa y dejado una quemadura por donde había pasado. Pero, tal y como él sospechaba, con unos pocos cuidados de la diaconisa se sentía muchísimo mejor]

[Además, él había podido contarlo. Su contrincante había quedado reducido a un montón de chatarra debido a los letales ataques del Capitán de Caballería]

-Estoy como nuevo, Bárbara. [dijo finalmente el parcheado] Te lo agradecería de mejor forma, pero parece que la Gran Maestra Intendente tiene pensado que haga otra cosa esta mañana.

-Solo hago lo que está en mis manos. [la monja le echó un vistazo a la herida desde la distancia. Quería estar segura de haberla tratado bien] Si sientes dolor, por favor, vuelve aquí y dímelo.

-Independientemente de los años que pasen, sigues teniendo un buen corazón. Y también eres muy trabajadora. [el caballero se acercó a su superiora] Me preguntó de quién lo habrás sacado, diaconisa.

[Cuando pasó por el lado de Jean, la Gran Maestra Intendente vio cómo le sonreía. No pudo evitar sentirse un tanto cohibida. Kaeya era así, un misterio andante que siempre estaba listo para halagar cuando uno menos se lo esperaba. Aquello era muy preciado en situaciones difíciles, porque en cierto modo lograba calmar la tensión del ambiente. Por eso ella estaba agradecida de que fuera su mano derecha]

Cristales en la LobreguezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora