1. Maya

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Maya

Música.

Eso era lo que llenaba el ambiente del bar. La voz rasposa de Mason resonaba por todo el bar a través de los altavoces baratos del local. Incluso ese mero sonido relacionado con ella me llenaba tanto de vida que me encontré a mí misma moviendo la cabeza inconscientemente acorde con el ritmo y tarareando levemente la canción mientras colocaba varias bebidas en una mesa cercana a la entrada.

El grupo de Mason no era de los peores en Brooklyn, pero sin duda tampoco de los mejores. Solían tocar todos los fines de semana en el Hideout para ambientar el bar a partir de las diez de la noche. Miré con detenimiento como se adueñaba del diminuto escenario como si fuera suyo por completo, y por un momento sentí mucha envidia.

—Maya. Mesa dos. Ahora.— la dura voz de Miles obligó a mis pies a moverse para trabajar.

Llevaba trabajando con Miles desde los dieciséis, y actualmente con mis veinte años de vida podía afirmar con total seguridad que ese hombretón de metro ochenta era la persona más cariñosa que había tenido el placer de conocer. Me acogió bajo sus alas tras ver mi situación en aquel entonces y me trató como si fuera su hija.

—A la orden, capitán.— con un resoplo aparté varios mechones que se habían deslizado de mi desordenada coleta. Debía comprar coletas más resistentes.

El bar empezó a llenarse como cada viernes por la noche. El frío neoyorquino solo incentivaba a la gente a entrar en el bar para resguardarse de la leve nevada que caía en las calles. El agotamiento me invadió de solo pensar en el trabajo que eso conllevaba, y es que con solo dos camareras no era suficiente para servir tantas mesas. Por el rabillo del ojo vi cómo Vivianne se movía entre las mesas con rapidez para agilizar el trabajo por lo que me limité a hacer lo mismo durante las dos siguientes horas.

—¿Te encuentras bien?— por segunda vez, la voz de Miles me sacó de mi trance espiritual—.Llevas toda la tarde despistada y mirando a Mason. ¿No te gustará ese engendro, no?— sus ojos se entrecerraron mientras me examinaba con un gesto paternal salpicando su cara.

Inevitablemente miré de nuevo a Mason, que se encontraba bebiendo un poco de agua en su descanso. El chico no era feo, pero había demasiado heavy metal plasmado en su cuerpo.

—Antes prefiero quedarme soltera hasta los setenta.— me reí mientras secaba algunos vasos tras la barra.

Los ojos de Miles me examinaron de nuevo, y por el brillo en su mirada supe que no necesitó mucho más para atar los cabos sueltos.

—Miras al escenario.— afirmó con un dije de diversión. Para Miles no era un ningún secreto mi gusto por la música, pero sabía que era un tema tabú para mí.

—No empieces, Miles...— sin siquiera mirarle le advertí.

—No empieces tú, jovencita.— me recriminó—.Sabes que para mí sería un honor tenerte en el escenario y escucharte cantar. Además, estoy muy seguro que eso aumentaría la clientela.

No era la primera vez que Miles me insinuaba eso, ni tampoco era la primera ni la última vez que rechazaba su oferta. Por mucho que mi yo interior deseara cantar en directo, mi pánico escénico se acumulaba en la garganta cada vez que intentaba cantar con publico. Un completo y frustrante desastre.

—No estoy de humor para esto.— resoplé con cansancio. Siempre estaré eternamente agradecida por todo lo que ha hecho por mí, pero eso era algo que no estaba a mi alcance.

Aún sin levantar la vista del vaso, ya más que seco, oí la silla chirriar bajo su peso y segundos después sentí sus finos labios presionarse en la parte superior de mi cabeza a modo de despedida.

Elocuencia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora