5. Ojitos grises

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Maya

—Veo que Miles tiene gente nueva.

Levanté la cabeza al reconocer la familiar voz de Kiara. Mostré una radiante sonrisa como una clara señal de mi alegría ante su inesperada visita. Llevaba días sin saber de ella, y aunque eso era algo normal en Ki, no podía evitar preocuparme por sus repentinas desapariciones.

—Sí—suspiré—. Mason era simplemente... insoportable.

—¿Y son buenos?— preguntó con curiosidad.

Oh, claro que lo eran...

Fijé mis ojos en la mesa donde ambos estaban comiendo una grasienta hamburguesa. Lo hacían cada viernes antes de tocar y era como un tipo de tradición o ritual.

Nixon llevaba el ritmo en sus venas. Sin siquiera intentarlo, era capaz de capturar todo tipo de atención nada más coger las baquetas. Además, era la imagen perfecta de estrella del rock. Su pelo rubio siempre estaba desordenado, dándole así un aspecto juvenil y rebelde, pero sin duda, sus tatuajes eran la guinda del pastel y la perdición de cualquiera. Su brazo izquierdo estaba prácticamente decorado con tinta y varios tatuajes se dejaban ver a veces por su pecho y abdomen. Estaba destinado a ser una estrella.

En esta última semana había cruzado palabras varias veces con él, aunque realmente solo hablábamos cuando venía a la barra para pedirme una botella de agua para Maxwell o para preguntarme dónde estaba Miles. Aun así, eso me bastó para saber que su personalidad encajaba totalmente con su aspecto. Era descarado, un sinvergüenza encantador y tenía un humor un tanto peculiar.

Pero Maxwell era un caso completamente diferente. Era totalmente consciente de que Maxwell era su apellido, pero no había tenido oportunidad de pedirle su nombre. Y resulta que ese tío era prácticamente impenetrable. Era más fácil conseguir una cita con el mismísimo presidente de los Estados Unidos que intercambiar más de dos palabras con él. Su carácter era tan reservado que se comunicaba mediante monosílabos o escasos movimientos con la cabeza. Solo lo veía hablar con Nixon y de vez en cuando con Miles.

Lo peor de todo, es que ni siquiera me miraba.

Por una razón desconocida para mí, actuaba como si no estuviera ahí y mi presencia fuera la cosa más insignificante del mundo. Al principio no di importancia a su descaro y mala educación y me limité a ignorarle también. De hecho, desistí en mi tarea de agradarle cuando le pregunté si quería una botella de agua tras su presentación y me ignoró olímpicamente

—Son bastante buenos— admití.

—Estoy en la otra acera, pero... debo admitir que son bastante atractivos— me miró de forma inquisitiva.

—Ya sé por donde quieres ir y déjame decirte que no lo vas a conseguir— me mofé—. No son mi tipo, ¿recuerdas?

—Claro, tu tipo es un capullo como Carson Danvers que te conquista con flores y ñoñerías— fingió asco.

Conocí a Carson en la universidad, íbamos juntos a la clase y simplemente manteníamos una supuesta amistad. Aunque debo admitir que tal vez él haya estado malinterpretado mis intenciones respecto a nuestra relación. Pero qué se le va a hacer, no es un mal tipo.

—Empiezo a pensar que eres una amargada.

—¿Yo? Soy la fiesta encarnada. No te equivoques, abuela— me sacó la lengua.

Le golpeé el hombro con un trapo mientras me reía. Kiara sí que era la viva imagen de una figura adulta sin preocupaciones ni prejuicios. Eran un espíritu libre que se dejaba llevar por sus impulsos y por el viento. Una salvaje sin duda.

Elocuencia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora