6. Secreto al descubierto

4.8K 553 535
                                    

Maya

Froté con más ímpetu la mancha de dudosa procedencia que ensuciaba la vieja alfombra del salón. Pero por más que frotase con agua y jabón, no desaparecía. No tenía ni idea de dónde provenía el color rojo, pero preferí no imaginármelo.

—Más te vale limpiar bien esa mancha— escupió mi tío John desde el sofá—. Esa alfombra vale más que tú.

A palabras necias, oídos sordos.

Así había aprendido a convivir y sobrevivir con ellos, y así seguiría haciéndolo hasta que tuviera el valor necesario para irme sin importarme una mierda. Una parte de mí deseaba escapar y poder vivir una vida cómoda, pero la otra parte se sentía mal e incapaz de dejar a mis tíos sin ayuda alguna. Y mi consciencia —o más bien mi tío— me recordaba constantemente la deuda que tenía con ellos. Puede que no me hayan cuidado de la forma más correcta posible, pero al fin y al cabo me dieron ropa, un techo y comida.

Noté mis brazos débiles, pero me obligué a mí misma a seguir frotando, pero no hubo resultado. Cansada, me apoyé en la mesita pequeña situada en el centro del salón. Necesitaba algún producto de limpieza más eficaz, de lo contrario, la mancha seguiría en el mismo lugar. 

—Prueba con detergente en vez de jabón— sugirió tía Dina con la voz rasposa debido al cigarro que se estaba fumando. Rectifico, no era un cigarro.

Con un soplido aparté el mechón rebelde que siempre se me escapaba. Necesitaba un corte de pelo urgente. Me levanté poco a poco y fui a la cocina a buscar lo necesario, y encontré el bote de detergente que había comprado hace unas semanas. Si no fuera por mí, esta casa sería una maldita pocilga.

Con suerte, fui capaz de disolver la mancha con un poco agua con detergente, y ''con suerte'', me refiero a que me había librado de una gran bronca con John.

Una vez recogí todo, me fijé en la hora en el reloj en mi muñeca. Eran las siete menos cuarto de la tarde, lo que significaba que en una hora entraba a trabajar otra vez. Si no me preparaba ya,  iba a perder el autobús y no me apetecía recorrer medio Brooklyn caminando con este maldito frío. Así que, veinte minutos después ya estaba enfundada en mi uniforme de trabajo que consistía en un conjunto negro formado por unos pitillos y una camisa de botones algo apretada. Era cómodo y práctico. Justo mi estilo.

Crucé a toda prisa el pasillo mientras abrochaba el último botón y procedí a coger mi bolso y abrigarme con mi chaqueta más calentita, pero me debatí entre ponerme una bufanda o un gorro de lana, pero al final opté por el gorro. Hoy mi pelo había decidido no colaborar.

—¿Dónde vas?

Ahí vamos otra vez.

—Es jueves. Hoy trabajo.

—Hoy y siempre.— me miró mi tío de arriba abajo con despecho.

Me giré un poco y le miré con una ceja alzada.

—Y gracias a eso, no estamos viviendo en la calle.

Lo dije sin pensar y pude haberme arrepentido, pero era la pura verdad. Su expresión no cambió en absoluto hasta que asintió de forma casi imperceptible.

—Hablando de eso...— se frotó la barba—. Necesito dinero para pagarle a Tate, ya sabes, unos recados de trabajo.

Unos recados llamados drogas. No era tonta.

—¿Cuánto?—suspiré preparándome para el golpe. No quería saber la cantidad, seguramente iba a ser mucho dinero.

—Cinco mil.

Elocuencia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora