Miradas sobre ella.
Joshua.
Acomodo los gemelos, me echo loción y me peino el cabello con los dedos frente al espejo. Reparo la cadena de plata que envió Edmundo y no se ve tan bien, pero por precaución, tengo que usarla.
—¿Es una buena idea tener a tantos líderes de la mafia en un mismo lugar? —mi hermano menor se refleja en el espejo.
—No es la primera vez —respondo.
—¿Y si alguno de ellos planea una masacre? —ruedo los ojos y giro mi cuerpo en su dirección.
—Para evitar una masacre está esto —sujeto la cadena— Una descarga eléctrica de esta cosa puede mandarte al hospital si aumenta tu frecuencia cardíaca, la respiración…
Tocan la puerta.
—Señor —habla Óscar— Vinieron por usted.
—Suerte —Joseph sonríe.
Salgo de la habitación con el escolta siguiéndome los pasos hasta el exterior de la mansión donde se encuentran camionetas con vidrios ahumados rodeadas de hombres robustos que lamen los zapatos del líder de la mafia.
—Ya sabe las reglas —espeta uno ofreciéndome un saco con el que tengo que cubrirme la cabeza.
Obedezco de mala gana y me meten en la camioneta.
Me siento incómodo con esto puesto en la cabeza, apoyo la mano en el asiento y mis dedos rozan con unas largas uñas «Esto no puede ser posible». Carraspeo dos veces en busca de alguna queja por parte de la persona que está a mi lado pero no hay nada. Lo hago tres, cuatro veces hasta que…
—¿Acaso no ha tomado agua en medio año, señor Sullivan?
Maldita.
Aprieto el puño derecho y una descarga eléctrica hace que me inmovilice por un segundo mientras escucho la carcajada de la mujer que tengo al lado.
—El que ríe de último ríe mejor, señorita Hamilton.
Bufa.
—¿Se conforma con quedar en el último lugar? —ruedo los ojos ante su ironía— No creí que fuera tan mediocre.
—¿Terminaron de pelear los enamorados? —pregunta un tipo que supongo es uno de los escoltas.
—No se enamora del que comienza una guerra injustificada —espeta Atlanta.
—Arranca de una vez —exige un escolta con pereza.
Siento que ponen la camioneta en marcha y uso toda mi fuerza de voluntad para no caerle a tiros a todos de una puta vez que quedarme con Londres para mí solo. Y es que debí estamparle una bala en la frente de Atlanta cuando tuve la oportunidad el día que intenté secuestrar a su hija, pero su belleza me dejó deslumbró al punto de dejarme totalmente estático y con la polla dura.
El camino se me ha hecho eterno y me siento como un pendejo compartiendo camioneta habiendo tantas.
Tamborileo los dedos en mi rodilla hasta que siento que los autos se detienen. Abren la puerta y me jalan fuera al mismo tiempo que me quitan el saco de la cabeza.
Estamos frente a una lujosa fortaleza, alrededor no hay más que césped y uno que otro árbol. Me peino los dedos con el cabello, y giro la cabeza hacia atrás cuando escucho el sonido de unos tacones contra el cemento.
El asombro se perpetúa en la polla al ver a esta mujer que deja loco a cualquiera. Un vestido corto, el cabello suelto castaño suelto y perfectamente liso, tacones de esos que tienen tiras y se amarran en las piernas. No sé, siento que estoy salivando viendo esos orbes de diferente color...
—No sabía que mi encanto generara sorpresas tan… —dirige su vista a mi entrepierna— Enormes.
Inevitablemente mi vista cae en los montículos de carne que le adornan el pecho «¿Tendrá una aureola rosada y la otra café?».
Aparto la vista cuando me doy cuenta que estoy mirando demasiado. Me rodea y entra a la fortaleza contoneando las caderas como si estuviera en una jodida pasarela.
No es una mujer que pasa desapercibida, se gana la mirada de los mafiosos que la rodean y ella lo sabe. Sabe que su belleza es suficiente para dejar loco a cualquiera.
Hasta Edmundo le mira el gran trasero que tiene.
La guían hasta una mesa donde le sirven una copa de vino. Me guían a mí también y resulta que también debo compartir la maldita mesa con ella.
—Dama, y caballeros —habla el líder de la mafia— No los hubiera reunido aquí de ser necesario. La EMG no lo ha hecho público aún, pero, pronto será el entrenamiento para el nuevo ingreso de posibles soldados y nosotros debemos evitar que esa plaga se siga expandiendo.
—¿Qué quieres que hagamos? —indaga el korol de la mafia rusa.
—¿No es obvio, Borisov? —pregunta incrédulo— Hay que aniquilar a cualquiera que quiera unirse. Será fácil —saca una pastilla del bolsillo— Con esta nueva píldora morirán de inmediato de infarto, derrame cerebral o cualquier cosa terminal. Por eso las fórmulas varían. Necesitamos gente infiltrada en farmacias o cualquier establecimiento donde frecuenten estas personas.
Con un chasquido de dedos las luces se apagan y una pantalla se ilumina detrás de él con miles de retratos de personas que quieren formar parte de la EMG. Cada uno con el país que habita.
—Cuando acabemos con ellos —continúa— Iremos por los de mayor rango hasta llegar al premio gordo: Andrew Fox.
Algunos parecen dudar y otros parecen están de acuerdo. Honestamente me parece una idea descabellada porque la EMG tiene más poder que todos nosotros juntos.
—Dicho eso —aplaude varias veces— Tengo un regalo para ustedes.
Mujeres en minifalda emergen de una habitación seguidas de un hombre alto y fornido con pantaloneta s.
Cada una va hacia el que prefiere. Una rubia se sienta en mi regazo y no pierde el tiempo a la hora de mandar la mano a mi miembro…—¿Es una jodida broma?
Aparto la cara y es Atlanta la que destila furia por los poros cuando el hombre alto y fornido la empieza a manosear.
—No lo rechaces, las mujeres no pueden darse placer ustedes mismas —sentencia el líder de la mafia estadounidense.
—¿No?
Se sube en la mesa abriéndose de piernas dejando a relucir el hilo rojo que lleva.
Los que se follaban a las mujeres sobre la mesa detienen la acción observando la escena.
Se chupa los dedos y la polla se me pone más tiesa de lo que ya estaba. Sus pezones están erectos, se notan bajo la tela del vestido y el tipo que vino por ella está babeando mientras la mira.
Sus dedos viajan a su sexo y empiezan a frotarse el clítoris como si no hubiera nadie más a su alrededor. Sus gemidos y jadeos hacen eco en la enorme sala. La cadena le lanza una descarga eléctrica pero parece no haberle hecho nada.
Todos estamos estáticos mirándola hasta que arquea su espalda dejando que sus jugos empapen la mesa gracias al orgasmo que logra alcanzar ella sola.Se baja de la mesa, se acomoda el vestido como si nada y se encamina a la salida seguida de un escolta.
—¿Decías algo, Damien? —pregunta Suji en tono de burla.
Su risa inunda la sala acompañada de las carcajadas de los otros que se ríen de Damien.
Ahora más que nunca debo darle guerra a Atlanta para que ceda. Se está convirtiendo en una presa.
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EFÍMEROS (EN PAUSA)
Ficción GeneralTras la muerte de su padre, Atlanta debe tomar el liderazgo del clan Hamilton y mantenerlo en la cima demostrándole a su hija que no solo los hombres pueden obtener un máximo poder. Sin embargo, Joshua Sullivan no se quedará de brazos cruzados y tra...