2- Un cadáver en la escuela

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A la mañana siguiente, Cindy se puso su uniforme, con el que normalmente lucía como una chica coqueta y encantadora. Ahora por más que se miraba al espejo, le costaba trabajo distinguir en sí misma a la hermosa muchacha que cada mañana se miraba ahí.

No sabía por qué, pero había algo raro en su mirada. Algo aparte de los ojos petrificados y apagados, era casi como si reflejaran algo que no había en ella, como si hablaran de algo maligno que había dentro del alma de la criatura que la miraba al espejo.

Cindy no bajó a desayunar. No había comido en días, pero no sentía la necesidad de hacerlo. Trató de acomodar su cabello como se pudiera sin cepillarlo después de que comenzó a quebrarse demasiado, y cuando se metió al auto de su padre, éste la llevó a la escuela donde ella sabía que las cosas nunca serían igual.

Entró a su salón sin saludar a nadie. ¿Se daría cuenta alguien que ese extraño olor a cadáver cubierto de desodorante provenía de ella? ¿Notaría alguien que su maquillaje de esa mañana era en realidad cal mezclada con polvo de gis de color? El rubor había hecho maravillas con sus mejillas, dándoles vida y un tono rosado, pero sentía claramente que sus ojos delataban su condición.

-Hola Cindy -exclamó jubilosa Adriana, su mejor amiga.

Ella no volteó a verla. Literalmente no podía mover el cuello. Su amiga aprovechó para darle un tradicional saludo de beso en la mejilla que tomó desprevenida al hermoso cadáver.

-Hola- dijo, espantada.

-Te oyes diferente. Algo ronca.

-Estuve un poco enferma este fin de semana- dijo, sin voltear.

-¿Qué pasa? ¿Estás enojada conmigo? ¿Por qué no me miras?

Cindy comenzaba a impacientarse. Al parecer, Adriana estaba empeñada en que ella volteara. Para su suerte, el profesor no tardó en aparecer.

El profesor Rogers, de Biología tenía un porte fino, y su sola presencia bastaba para aburrir a los alumnos, mientras él esperaba a que todos tomaran asiento para comenzar su cátedra.

-La adolescencia- comenzó -Una etapa de cambios en el ser humano, en que no se trata de un adulto ni de un niño, sino de alguien que está comenzando a tomar identidad tanto física como mentalmente. Una etapa de ingenuidad en la que ustedes mismos desconocen los cambios por los que pasa su cuerpo.

El profesor notaba con curiosidad como Cindy se miraba al espejo cada pocos minutos. Cindy, atemorizada, se daba un repaso con el maquillaje cada vez que tenía la sensación de que su piel comenzaba a palidecer más. ¿Notaria alguien que su cara carecía de color sin el rubor?

-¡Señorita!- dijo el maestro -¿Podría maquillarse después de que termine con mi clase?

-Sí, profesor- dijo, apenada, tras guardar el espejo, pero junto con las palabras, pequeñas gotitas de sangre saltaron salpicando el traje del catedrático. Todos miraron a la muchacha, sorprendidos.

-Por favor- dijo Rogers -Vaya a la enfermería. Es obvio que algo anda mal en su organismo.

Ni se imagina, pensó Cindy mientras salía.

En lugar de ir a ver a la enfermera de la escuela, Cindy salió al jardín, y se sentó bajo un árbol.

"Esto es horrible", pensaba, "No tengo idea de lo que está pasando conmigo".

A su nariz muerta llego un aroma agradable. No pudo evitar notarlo. Tenía varios días sin poder olfatear nada. ¿Qué olor tan rico era ese que le llegaba de repente?

Cindy se levantó y siguió el aroma a unos pasos del árbol bajo el que se encontraba. Al lado de un hormiguero, el aroma que la deleitaba pertenecía al diminuto cadáver de un pájaro que estaban devorando las hormigas. Tenía varias horas sin respirar ni percibir olor alguno, pero para ella la carne muerta de la pequeña ave olía como frambuesas con crema.

Las oscuras aventuras de la Siniestra CindyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora