9- Cindy cuida a un niño

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Un mes había pasado desde la fatídica visita del señor Caronte. En ese tiempo Cindy había vivido (si es que aún se le puede llamar así) en completa tranquilidad. Pocas cosas le emocionaban desde su muerte, pero aún así no podía evitar notar que el mes de octubre estaba llegando a su fin, y su cumpleaños estaba a menos de una semana. Cada año sentía ese cosquilleo asomándose ante la inminente llegada de su día especial, pero este año no había pensado en ello hasta que su madre se lo recordó.

–¿Qué te gustaría que te regaláramos, querida?– preguntó con una sonrisa.

–No lo sé,– respondió pícaramente –pero si me lo permites, madre, me encantaría invitar a mis amigos.

–¡Eso también me gustaría mucho!– prorrumpió en gozo la mamá, imaginando cuán alegre se vería la casa llena de rozagantes jovencitos compartiendo el santo de su princesa, y Dios sabía que si algo necesitaba la casa, era un ambiente más ameno.

En el mes que había pasado, Cindy había recibido dos visitas más de su tío Hipólito en inútiles intentos por exorcizarla. La primera vez sorprendió a la chica en la entrada de su casa, enfrente de Enrique, con quien hablaba sobre su próxima cita.

–Mi tío es muy bromista– comentó avergonzada la chica, después de deshacerse del tío que no paraba de pasarles una cruz por la frente al tiempo que ordenaba a Satanás abandonar ese cuerpo –Y claro, Enrique, me encantará salir contigo de nuevo.

Desde que el señor Poeta había contado a Cindy la fúnebre historia de su desamor, ella trataba a Enrique de una manera mucho más cordial.

La segunda visita del tío Hipólito había sido una semana después, a media noche. Cindy, aún convencida de que había un monstruo acechándola bajo su cama, pasaba las noches con un viejo bate de beisbol de su padre, lo que había resultado en un doloroso recibimiento cuando el tío salió repentinamente del armario con un crucifijo en la mano y empezó a gritar mientras saltaba a su cama.

–Por cierto– dijo su mamá –recibí noticias de tu tío Hipólito. El doctor dijo que ya salió del estado de coma.

–Me alegra saberlo– dijo la muchacha sin alzar la mirada.

A nadie más que a Cindy parecía importarle que un hombre de 46 años se hubiera escondido en la casa para saltar a la cama de su sobrina a media noche más que el hecho de que ésta, pensando que se trataba del monstruo del closet, le hubiera hecho 4 fracturas en el cráneo con su bate.

Para la mamá de Cindy, sin embargo, la única alegría que valía la pena era la promesa de conocer a los compañeritos de su hija.

Claro que Cindy no había pensado en Karen, Adriana o Enrique. Ella había estado contemplando la ocasión para volver a ver al señor Poeta y sus amigos, pues no había sabido nada de ellos desde la noche que habían enfrentado al señor Caronte y eso la tenía un poco alterada. ¿Y si éste por fin había conseguido llevárselos? Ella frecuentaba la tienda de mascotas y la entrada del cine, con la esperanza de encontrar una vez más a su amigo, pero pronto llegó a la conclusión de que el señor Poeta no compraría mascotas a diario y seguramente no lo vería cerca del cine hasta que saliera la segunda parte de “La bestia del pantano corrosivo”.

Las oscuras aventuras de la Siniestra CindyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora