El jueves Cindy llegó a la escuela y lo primero que hizo fue saludar con alegría a Karen, que ignoró por completo el saludo con indignación. ¿Acaso no recordaba que eran enemigas?
Cindy por otra parte, se sentía libre, de hecho, se sentía más libre que nunca. Por alguna extraña razón, esa mañana se sentía como si hubiera dejado todas las penas de su vida en el ataúd que habían preparado para su velorio. Tras pensar toda la noche así lo había decidido. Estaba empezando de cero. La Cindy que estaba caminando en los pasillos de esa escuela en aquel momento no era la muchacha engreída, orgullosa, sarcástica y un poco fresa que había entrado a tercer grado de secundaria. Ya no le interesaban cosas como los chicos guapos de los grupos musicales ni la ropa de marca. Es más, se había arrepentido de maquillarse esa mañana (aún recordando que no quería que se dieran cuenta que su piel estaba secándose).
Desde esa mañana se había propuesto ser una persona diferente, y la gente lo notó cuando dejó sus habituales faldas y blusas rosadas para llegar a la escuela portando un vestido negro de una sola pieza. A ella le gustó ese vestido en cuanto lo encontró en el ático. Combinaba con las nuevas cortinas negras con las que había remodelado su habitación.
No se sentó en su lugar acostumbrado en medio del aula, sino casi al final de las filas y cuando Enrique entró al salón (con Karen detrás de él) le guiñó un ojo, lo que hizo enfurecer más a la chica. El profesor Rogers llegó al salón y la niña lo saludó con una sonrisa, lo que extrañó al mismo profesor, que sabía que todos lo detestaban.
El día pasó sin pena ni gloria. Cindy sentía su cuerpo más fuerte, aunque sabía que seguía igual de quebradizo, pero no le importó y por primera vez desde el sábado, se comportó con Adriana como si no estuviera pasando nada.
–Me alegro de que ya te sientas mejor– le dijo –Sé que eso de faltar a la escuela no es lo tuyo.
Cindy asintió, diciéndole que lo que más le desagradaba en la vida era permanecer acostada sin hacer nada. Estaba de muy buen humor, incluso se animó a contarle a Adriana que tenía una cita con Enrique.
–Enhorabuena, amiga– le dijo, con una exclamación de sorpresa –Todos sabíamos que le gustas, pero me preguntaba cuándo se armaría de valor para decírtelo.
Cindy se habría sonrojado, si no hubiera sido porque ya no le quedaba sangre en la cabeza.
–Cambiando de tema– añadió su amiga –Ayer Paola nos invitó a todas a una piyamada que va a hacer mañana en su casa. Dijo que te avisara en cuanto te sintieras mejor.
–¿Mañana?– dijo en tono pensativo –Creo que no podré ir. Tengo otro compromiso.
Era verdad. Cindy había revisado una y otra vez la fecha, hora y lugar de la fiesta de cumpleaños del extraño hombre de negro que había conocido en la tienda de mascotas y quería ir. Claro que, como niña, la piyamada también le era muy atractiva.
–¿A qué hora tenemos que estar ahí?– preguntó.
–Dijo que llegáramos a las 8 a cenar con sus papás.
–Entonces creo que sí puedo ir– comentó sonriendo, pues su otro compromiso era pasada la media noche.
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Las oscuras aventuras de la Siniestra Cindy
ParanormalCindy es una niña normal, que asiste al colegio, va a piyamadas y se preocupa por las citas y los regalos de cumpleaños. Sólo hay una pequeña diferencia: Cindy lleva varios días de haber muerto, y sin embargo sigue caminando entre los vivos. Ella tr...