El viernes Cindy tuvo un día normal de clases, sin nada digno de contarse. El profesor Lloyd seguía llevando plastilina a los muchachos para que siguieran demostrando su escaso talento para crear esculturas. Esa mañana les había pedido que representaran alguna escena especial que les hubiera ocurrido durante la semana, algo que les hubiera parecido sumamente especial. Karen hizo una mesa con 5 personas sentadas comiendo, mientras la mediana, que era la más parecida a ella, les mostraba una hoja de papel con un 10 grabado toscamente en la plastilina. Enrique, mientras tanto, se avergonzaba y ocultaba su trabajo cada vez que ella se acercaba para ver qué era lo que el chico estaba haciendo. El muchacho se había acabado su paquete de plastilina en sólo 3 figuras. Un niño y una niña de largo cabello, tomados de la mano mientras miraban la extraña silueta de un hombre con smoking y con un muñeco.
El profesor se acercó a observar el trabajo de Cindy, y se sorprendió al ver a un niño picándole los ojos a una niña.
–No es un niño– le explicó –Es mi doctor, el señor Mallorca.
–¿Has dicho Mallorca?– preguntó el señor con interés. Cindy asintió –Vaya, hace años que no escuchaba ese nombre. No es un apellido común.
–¿No?– preguntó la chica, ocultando el rostro.
–No lo había oído desde que me gradué como profesor de artes. En mi clase había un hombre que llevaba ese apellido, pero también es profesor. No se dedica a la medicina.
–Tal vez se trate de su hermano– sugirió Cindy.
–No lo creo– respondió él –Sí recuerdo que tenía un hermano, pero no era médico, sino un embalsamador.
Avergonzada, Cindy evitó volver a mirar al profesor y empezó a moldear un estetoscopio que colocó alrededor del cuello de su personaje. El único momento alegre que podía recordar de la semana era la noticia de que el embalsamador que la había atendido podía preservar sus ojos frescos con ayuda de unas gotas. Ella había temido que sus ojos se secaran y se convirtieran en polvo, pues son lo primero que se descompone del cuerpo con el paso de las semanas.
–¡Claudio!– gritó el profesor de repente –¿Qué crees que haces?
Todos voltearon para verlo reprender a un muchacho que estaba esculpiendo la figura de un niño rechoncho y desnudo escondiéndose detrás de un arbusto, con sorprendentes detalles anatómicos.
–Mi momento feliz de la semana fue cuando le robamos la ropa a Tobi durante las duchas, y tuvo que regresar a su casa caminando entre las jardineras.
Hubo una carcajada general. Tobi, desde el otro lado del aula, lo miraba con una justificada ira asesina, y apretando el lápiz en su mano hasta casi quebrarlo.
–Eso no es gracioso– lo reprendió el maestro –Estás exhibiendo la desnudez de tu compañero.
–Usted dijo que no hay nada sucio con el cuerpo humano– se defendió el chico.
…
Esa tarde, Cindy no podía contener su emoción. Sus padres, al verla sonreír, no sabían si alegrarse o preocuparse, pero se forzaban a pensar que a ella le hacía mucho bien hacer actividades de niñas normales, con niñas normales. Cindy hurgó entre sus baúles sacando huesos, arañas vivas, velas perfumadas y animales en frascos (cosas que le habían sobrado al hacer las nuevas decoraciones de su habitación), hasta que encontró lo que buscaba: un hermoso vestido color azul oscuro con algunas costras tiesas que hedían a perfume, pues Cindy le había vaciado una botella entera con la esperanza de cubrir su olor.
–Mis compañeros no lo han notado, Winston– dijo a la tortuga muerta –pero eso es porque todos los adolescentes sudan y apestan. El señor Poeta es un hombre adulto y refinado, y no me gustaría causarle molestias.
Y es que Cindy no había pensado en la piyamada en toda la tarde. Cindy se estaba arreglando lo mejor que podía para la fiesta de cumpleaños que tendría lugar a media noche. Fue entonces cuando se sobresaltó.
–¡Olvidé comprar un regalo!– dijo nerviosa –¿Por qué no me lo recordaste, Winston?
Levantó a su tortuga y una gota de baba cayó de su cabeza muerta. La niña volvió a colocar a su animal en la pecera y este flotó con su compañera que también estaba empezando a descomponerse. Después Cindy caminó apresuradamente a la puerta de su habitación con intención de salir, pero su teléfono sonó.
–¡Hola, soy yo!– dijo eufórica su amiga Paola –Sólo llamo para recordarte de la piyamada de hoy.
–No puedo ir– respondió ella en tono cortante –Tengo sólo hoy para ir a comprar un regalo para un amigo y…
–Pues ven a mi casa– interrumpió Paola –Mi mamá tiene una tienda de regalos.
–¿En serio?– el rostro se le iluminó, dando por primera vez en días la apariencia de alguien que aún tenía vida –Entonces, allá nos vemos. Gracias.
Con una nueva alegría en su rostro, dejó el vestido azul en la cama y revisó en su armario. Hacía días que no lo abría, porque estaba casi segura de que el monstruo debajo de la cama se había ocultado dentro de su pequeño closet, pero la ocasión ameritaba el riesgo. Revisó entre sus cosas viejas y encontró un hermoso vestido color magenta y una diadema que hacía juego.
–Ahora que lo pienso– dijo, más para sí misma que para Winston –¿Qué se le puede regalar a un hombre mayor y con clase, sobre todo cuando soy una niña sin dinero?
Pensaría en eso después. Por ahora necesitaba meterse a hurtadillas a la habitación de sus padres para conseguir otra botella de perfume.
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Las oscuras aventuras de la Siniestra Cindy
ParanormalCindy es una niña normal, que asiste al colegio, va a piyamadas y se preocupa por las citas y los regalos de cumpleaños. Sólo hay una pequeña diferencia: Cindy lleva varios días de haber muerto, y sin embargo sigue caminando entre los vivos. Ella tr...