Ya no podía dormir en las noches. Por más intentos que hacía mis ojos no se cerraban antes de las cinco de la mañana. Me dedicaba a ordenar la ropita de bebe que había logrado reunir, comprada y obsequiada. Había más de una docena de camisitas y pantaloncitos de algodón. Gorritas, zapatitos y mantas. Pequeños calcetines y mitones bordados. Un enterizo amarillo con un patito. Otro verde de felpa que traía dos ardillas peleando por una nuez. También había tres bolsas con veinte pañales de recién nacido cada una. Y presentía que todo eso no era suficiente. Debía adquirir pañales y algunas prendas más. Y un par de batas para mí. Esperaba no quedarme más de dos días en el hospital y volver con mí bebe a casa.
Conforme los días pasaban y quedaba menos tiempo con mi gusanito dentro, sentía miedo. Sé que todo parto duele, lo he visto en tantas películas y novelas pero eso solo contribuye a que me dé más ansiedad. ¿Cuantas horas sufriré en labor de parto? ¿Me dolerá mucho?
Y luego pensaba en mi bebe. ¿De qué color serán sus ojos? ¿Chocolates como los míos o verdes como los de su padre? Quisiera que tuviera el mismo color de cabello cobrizo que tiene Edward. Y que sea tan inteligente y perseverante como él.
Pero sobre todas las cosas rogaba porque nazca sanito. Sin ningún problema de salud o complicación producto del parto. Y eso me traía de vuelta a recordar que la primera persona que vería a mi gusanito era nada más y nada menos que la patilarga, rubia y sonrisa eterna, Tanya Denali.
Y eso me hacía temblar. Ella parecía perfecta. La doctora perfecta, la prometida perfecta pero había algo en su mirada o en sus gestos. Incluso en su silencio, que no me terminaba de convencer. Estoy segura que le dije mi nombre la primera vez que hablamos por teléfono. Cuando le llame a Edward a Vancouver.
Quizás no me recuerde de aquella noche en el hospital cuando fui a buscar a Edward. Ojala que no. Estaba tan preocupada por si misma que dudo que se fijara en mí. Y obviamente yo me veía muy diferente. Maquillada y con un sensual vestido. No, estoy segura que no podría asociarme con esta gordita de ahora. Sin embargo si debe recordar mi nombre. Edward o Alice deben haberle hablado de mí.
La ex novia de su prometido. El primer amor de Edward.
No creo que pueda considerarme una amenaza. Ella no tiene idea que mi bebe es de su prometido. Ojala que mi pequeñito se parezca a mí y no a su padre.
Pensando esto dormí durante todo el día. Me desperté pasadas las dos de la tarde. Me dolía la cabeza y al levantarme las luces que a veces miraba, eran más brillantes que nunca.
El dolor de cabeza había disminuido, de todas formas busque el número de teléfono de Renata. Estaba sola en casa y tal vez ella podría ser de gran ayuda.
Me respondió la segunda vez que le marque.
—Bella ¿Te sucede algo?— pregunto agitada.
—Hola Renata, disculpa que interrumpa tus labores pero quería preguntarte si ver luces muy brillantes está mal.
—Claro que está mal. ¿Te duele la cabeza?— preguntó.
—Sí. Un poco. Antes de acostarme esta madruga si me dolía mucho.
—¿Cómo están tus pies?
—Hinchados.
—¿Tienes como venir al hospital?
—No. Estoy sola.
—Te enviaré una ambulancia. El doctor Cullen me autorizó a hacerlo antes de irse.
Mi corazón dio un vuelco y tuve que recostarme. Mi pequeño pateador empezó a removerse centro de mí.
—¿Edward se fue?— pregunté olvidándome de mi malestar.
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¿Quién llamó a la cigüeña?
FanfictionA Bella Swan, profesora de pre escolar, le dan la peor noticia del mundo. Tiene quistes ováricos y deben extirparle el útero. Nunca podrá ser madre, a menos que quede embarazada inmediatamente. ¿Quién podrá ser el padre de su hijo si no tiene novio...