Pelea

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Era un nuevo día. Me levanté a duras penas de la cama con pocas ganas de aguantar a nadie, y menos después de aquella noche con Martín.

Me vestí con unas medias, unas botas altas, una minifalda monísima de color negro y una simple camiseta de pico por la parte de arriba.

Bajé a desayunar y me encontré con todos los demás mientras no paraban de hablar sobre el anterior robo, rememorando los recuerdos de lo que pasó allí. Preferí mantenerme alejada para no tener que gritar a nadie y volví al balcón de piedra en el que estuve sentada la noche anterior.

El sol iluminaba todo el jardín, logrando que las flores se abrieran enseñándome así sus mejores colores. Cerré los ojos y cogí aire hasta llenar del todo mis pulmones, consiguiendo mantener mi mente en blanco.

Unas pisadas a mis espaldas me asustaron y me di la vuelta con rapidez, enseñando el cuchillo que acababa de sacar del bolsillo. Era Nairobi.

-Tranquila tía, aquí nadie te quiere matar.

-No estés tan segura -Susurré sin que me pudiera escuchar.

-¿Qué haces aquí a estas horas?

-No quería tener que aguantar a nadie tan pronto en la mañana.

No supe cómo se tomaría mi comentario ya que lo dije sin pensármelo dos veces, pero una carcajada fue lo único que salió de su boca logrando hacer que no entendiera nada.

-Estás como una cabra, te lo juro.

-¡Chicas! -De pronto una voz nos sacó de nuestros pensamientos.- ¡La clase va a empezar ya!

Era el profesor, avisándonos de que fuéramos a la sala de estudio dónde tanto Martín, él y yo dábamos las clases para los demás.

Las horas pasaron casi como milenios, e incluso Sergio intentó hacerlo más ameno sin tener éxito alguno. Estábamos todos agotados y finalmente llegó la hora de comer.

Estábamos sentados alrededor de la mesa del jardín, esperando a que el bigotes, ahora llamado Marsella, nos trajera el festín.

Pasaron las horas y todos contaban lo que habían estado haciendo antes de volver a este lugar. Estocolmo y Denver relataron el vergonzoso espectáculo que montó él tras el nacimiento de Cincinnati mientras que Nairobi, sentada a mi lado y Helsinki nos mostraban el tatuaje que el grandullón se había hecho en el estómago.

-¿Querés que te amaestre el osito?

Martín abrió la boca para soltar el comentario que dejó a todos con la boca abierta, pero no logró sorprenderme a mí. Me la tomé como otra de esas frases estúpidas que siempre decía para molestar a los demás, pero lo que me sacó de mis casillas fue lo nervioso que se puso el serbio.

Todos se callaron y no me apeteció ser yo la que rompiera el silencio incómodo que se había creado por el imbécil de Martín.

-Perdón por preguntar, pero... ¿Y ella quién coño es? -Preguntó Tokio aún odiándome por nuestro encuentro, cosa que me importó más bien una mierda.

-Soy la que le va a salvar el culo a tu príncipe, así que más te vale no tocarme los cojones, reina.

Mi respuesta logró sacarle alguna que otra carcajada a los hombres de la mesa, entre ellos Bogotá, pero a otros no les hizo ninguna gracia que tratara así a una del grupo.

-Bueno, bueno... Cambiando de tema. ¿En qué trabajabas antes?

Nairobi consiguió sin dificultad desviar la atención de todos hacia ella, para volver sus miradas hacia mí nuevamente.

Milán y PalermoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora