Su nombre

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Sangre.

Sangre por todos lados.

Martín tenía los ojos llenos de cristales y estaba tendido en el suelo sin moverse, intentando desesperadamente no tocarse los ojos.

-¡Traedme una puta camilla! ¡YA!

Corrimos por los pasillos del edificio hasta llegar a un lugar seguro en el que poder trabajar y sacarle los cristales cuanto antes.

-Vale, Mar... Digo, Palermo. Voy a sacarte los cristales de los ojos, ¿vale? Ahora necesito que los abras.

Siguió mi orden como pudo y a duras penas logré esconder mi terror al ver los pequeños cristales clavados en sus ensangrentadas pupilas.

-Milán, ¿qué está pasando?

Agarré unas pinzas con rapidez y traje una gran lámpara que iluminaba toda su cara.

-Vale Palermo, necesito que me digas lo que ves.

-No veo una mierda, la concha de tu madre.

-Vale perfecto.

Cogí algún que otro pañuelo y le limpié los chorros de sangre que seguían cayendo para tener la zona limpia y desinfectada.

-¿Qué carajos pensás hacer?

Con la ayuda de una pequeña lupa, pude ver los casi invisibles pedacitos de vidrio que aún aguantaban encajados allí.

-Veo los cristales. Te los voy a sacar, ¿vale?

-¿Ah, sí? ¿Y cómo mierdas pensás hacerlo, querida?

-Tengo unas pinzas y una lupa, suficiente para conseguirlo.

El herido comenzó a reírse a carcajadas y movió la cabeza hasta quedar mirando a Denver.

-Che Denver, ¿escuchaste a nuestra querida amiga? Quiere sacarme los cristales de los ojos con las pinzas con las que se depila el-

Le metí uno de mis cuchillos en la boca para que se mantuviera callado pero con el filo apuntando hacia el otro lado, ya que no me apetecía tener que curarle las heridas que eso le hubiese provocado.

-Cierra la puta boca si no quieres que te arranque la lengua, ¿estamos?

-Hmm hmm -Dijo sacudiendo la cabeza de arriba a abajo en señal de rendimiento.

-Bien, pues al lío. Si quieres agarrarle de la manita a Denver puedes hacerlo, no te juzgaremos, ¿verdad que sí, Denver?

Miré al chico, el cual me miraba completamente aterrorizado sin saber si él sería el siguiente en ser callado de un navajazo en la lengua.

Agarré las pinzas y comencé a sacar los pedacitos uno a uno, manteniendo la calma sin hacer ningún tipo de movimiento brusco.

Tras varios quejidos del argentino y sudor frío cayendo por mi frente logré terminar.

-Bien, estás listo.

Martín se levantó de la camilla con dificultad y un gran dolor en sus corneas, pero podía mantenerse en pie.

Miraba sus manos, dedos, brazos; recorriendo cada centímetro de él sin poder creer aún que mantenía, aunque un poco borrosa, la vista que él creía haber perdido.

-Hiciste un buen trabajo.

Le miré sin sentimiento alguno, ya que no esperaba nada más por su parte. Asentí y me giré para salí de la habitación y dejarle con Denver para guiarlo por el lugar.

-Gracias.

Abrí los ojos como platos al escuchar esas palabras salir de su boca y me paré justo a la altura de la puerta.

Milán y PalermoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora