Sentimientos

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-¿Y bien? -Dijo ella en un tono casi furioso.

-Sabés de sobra que no podemos traer a nadie, Luna, así que no me revientes las pelotas.

-No vamos a dejarle fuera, y menos después de que se ha sacrificado y ha traicionado a la policía así.

Me ardían las entrañas. ¿Por qué demonios no podía entender que estaba poniéndonos a todos en peligro? Ella misma estaba en peligro por sus acciones.

-Y si me disculpas, voy a bajar para controlar a los de abajo.

Lo dijo de forma enérgica, pero algo estaba mal.

Sus palabras no decían lo que en realidad ella pensaba, y pude notarlo en el primer instante en que me miró a los ojos.

Comenzó a caminar para salir del lugar pero mi brazo llegó a taparle la entrada antes de siquiera poder pensar en algo.

Nuestros cuerpos estaban a pocos centímetros uno del otro, y nuestros alientos comenzaban a mezclarse de forma peligrosa.

Ella me miraba. Joder, cómo me miraba.

-¿Algo más sobre lo que quieras discutir?

No supe qué decir; era la primera vez que la tenía tan cerca. Su aroma, su perfume... no. Ella no utilizaba perfume, simplemente olía así, igual que las flores en un día soleado de primavera.

Era embriagadora.

Se separó a los pocos segundos y al fin pude verla entera.

-Luna...

-¿Sí? -Dijo cruzándose de brazos frente a mí. Sus ojos irradiaban ira, odio.

¿Tanto rencor me guardaba por lo que sucedió hacía cinco años?

Abrí la boca para hablar pero ni una sola palabra salió de ahí. Nada.

¿Qué demonios me pasa?

-Esto es ridíc-

-Me siento mal... por lo que pasó en el monasterio. El día que me fui.

-Así que... ¿Estás pidiendo perdón?

Sus ojos reflejaban algo más de calma, pero su cuerpo seguía en la misma posición, firme y de brazos cruzados, creando una barrera protectora que no sabía cómo romper.

-Sí... Lo siento.

Comenzó a analizarme con sumo cuidado, sin dejar ninguna parte fuera.

-Está bien, no te perdono.

Agarró unos objetos de la mesa que pude deducir eran cajas de balas, indicando que estaba preparada para salir de allí.

-Luna... te dije que lo siento.

Se volvió a girar para poder verme bien a los ojos.

-Sí, y yo no te perdono.

-¿Por qué carajos me hacés sufrir así, Luna?

-Solamente quiero que te des cuenta de que... no fuiste buena persona.

Sus ojos.

Sus benditos ojos.

Me gustaría decir que amenazaban con llorar, pero eran una barrera implacable que me gritaban "Esto es lo que mereces; es lo que tú has decidido".

Una punzada me rebotaba una y otra vez en el pecho sin dejar de hacerme daño.

Volvió a girarse para terminar de agarrar las últimas cajas de munición.

-¿Lo amas?

Silencio.

Nadie hablaba, y los segundos, que pasaron como eternidades, finalmente cesaron con lo único que no quería escuchar.

-Sí... -Dijo mirando por la ventana- lo amo. Es fácil con él.

La punzada se había hecho aún más grande y dolorosa, abarcando no solo el pecho, sino todo el cuerpo, de pies a cabeza, arrasando con todo tras de sí.

Y ahora se veía serenamente hermosa. Y eso me hizo sentir peor aún. Estaba ahí de pie, con las manos ahora abrazando su propio cuerpo, el cabello moviéndose ligeramente por la pequeña corriente que entraba a la habitación.

-Podrías haberme dicho que te rompí el corazón cuando llegué acá...

Mierda.

Ahora estaba furiosa, como si quisiera arrancarme la lengua por decir semejante barbaridad.

-¿Sabes? -Dijo sentándose en la mesa, dejando que sus pies colgaran pero sin quitar esa aura amenazante. Sus ojos apuntaban al cielo casi oscuro de afuera, perdiéndose en algún punto fijo para poder pensar mejor- Cuando tú te fuiste, me odié. Me odié hasta tal punto que comencé a odiar a cualquier persona que se me acercara.

Pude notar con facilidad su dolor por cómo le temblaba la voz, y carajo, cómo dolía.

-Pero resulta... que hay algunas personas, son pocas, que no dejan que las odies.

Volvió a girarse para mirarme bien a los ojos.

-De hecho, se preocupan por ti pese a todo. Y son muy especiales, porque nunca se rinden. Da igual lo que les hagas... lo aceptan y se preocupan por ti igualmente. No te abandonan, por muchos motivos que les des para hacerlo.

Me miraba fijamente, buscando en mí alguna respuesta, pero no podía siquiera abrir la boca.

-Esa persona es Marc.

Era hermosa. Absoluta, total y conmovedoramente hermosa. No sabía cómo no se había fijado en todos esos años.

Se levantó de la mesa dando un ligero salto, aterrizando a pocos centímetros de ésta. Ahora sí, volvió a girarse para llevarse toda la munición.

Mis manos temblaban.

¿Qué mierdas me pasa, carajo?

-¿Me odiás?

Me sorprendí después de haber hecho tal pregunta, pero ella no fue menos.

-No te odio -Respondió con las manos cargadas- solamente estoy dolida.

Esa respuesta me dolió más que un simple sí. No sabía el porqué, pero estaba seguro de que fue así.

Me aparté de la puerta al ver que quería irse de allí, levantando el meñique de forma inútil, en busca de algún signo de afecto.

Y no pude entender la importancia del tacto, de su tacto, hasta que ya no pude tenerlo más.

¿Qué hice...?

Milán y PalermoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora