Infierno

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Era de noche, y volví al mismo balcón de siempre a contemplar los únicos destellos que no se separaron de mí. Esa noche brillaban más que nunca y por un segundo pude desconectar de todo y estar en paz.

El hambre se apoderó de mí y me dispuse a ir a la cocina, llegando en cuestión de segundos y mirando dentro de la nevera para provisiones. Agarré unas galletas que guardaba Sergio para su estreñimiento y me las empecé a comer sin preguntar.

-¿No creés que es de mala educación agarrar la comida de los demás, querida?

La voz de Martín me asustó de manera repentina y lancé mi cuchillo clavándolo a pocos centímetros de su cara.

-Tenés que dejar de hacer eso, la concha de tu madre.

Sacó el puñal de la pared y lo dejó en la encimera que se encontraba a su lado.

Mi cara pasó de ser una de susto a una de rabia, queriendo irme de allí para no tener que pegarle un puñetazo por cualquier cosa que dijera.

-¿Cómo estás, Luna?

-Bien hasta que has llegado tú.

El argentino sonrió para sí mismo y abrió la nevera para coger el cartón de leche. Lo vertió en un baso que previamente había sacado y colocado en la mesa.

-¿Qué hacés acá a estas horas?

-Lo mismo podría preguntarte yo.

Él sabía a la perfección que no estaba de humor para responder preguntas tontas y decidió dejar de hacerlas para dejarme hablar a mí.

Una de las cosas que más me gustaba de la cocina era su gran balcón, que daba lugar a unas preciosas vistas de los montes de alrededor. Me senté en el bordillo de éste con tranquilidad sabiendo que no me caería y Martín se apoyó en el marco de la puerta contemplando lo mismo que yo.

-Parece un buen tío.

-¿Disculpa?

-Helsinki, parece un tío majo -Dije dándole otro mordisco a la galleta.

-Sí... Lo es.

Su respuesta logró darme náuseas, pero no por asco, ni enfado, sino por tristeza, por mucho que me costara admitirlo. Le miré fijamente, pero esta vez sin odio, sin resentimiento, solamente una mirada vacía.

-Seguro que te pones nervioso cuando se te acerca y todas esas cosas.

Quise que respondiera con un "Sólo me pasa contigo", incluso un simple "No" me hubiera bastado, pero nada salió de su boca.

-Espero que seáis felices, la verdad.

Volvió a quedarse en silencio.

"¿Qué cojones le pasa?" fue lo único que pude pensar en esos momentos.

-Echo de menos a la Luna que se reía hasta que le dolía la tripa.

Yo también.

-Irónico, ya que fuiste tú quien la destruyó.

Tiré las galletas a la encimera y salí de la cocina agarrando varios cuchillos a pasó rápido. Había tenido el valor de decir eso cuando es por su culpa que estoy así, perdida, sin ningún tipo de amor por la vida, deseando nunca haberle conocido.

-¡Milán!

Me gritaba desde dentro de la cocina y pude escuchar sus pasos acelerados detrás de mí, obligándome a parar en el pasillo que juntaba las habitaciones de todos.

-La concha de tu madre. ¡Milán! ¡Pará!

Me frené en seco para escuchar lo que tenía que decir pero Sergio apareció en su puerta seguido de todos los demás.

Milán y PalermoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora