El guardián

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¿Cuándo callará? El tiempo suponía extinguir aquel deseo, pero las brasas se apagaron hace mucho ya. Dejé de sentir el calor y las chispas en mi piel no son más que hielo punzante. Me persiguen las sonrisas y siento la máscara tomar peso sobre mis decisiones, se agrieta sobre el camino. Y mis pasos, uno adelante y al mirar, dos atrás sobre el pasado nuboso, lleno de pesar. Dejo las llaves y limpio la lágrima del gato sobre la pesadilla natural.

Llevo una cuerda atada al cuello y si mientras más me alejo de ella, más duro y difícil es respirar. ¿Podré encontrar una forma de cortar la soga? He esperado el amanecer, pero aquella luz ya no asoma y no logro distinguir si ya he quedado ciego. Pregunto al aire; ¿Podré dejarlo todo atrás? Pero el silencio abunda en el pasaje oscuro en donde la cadena me ata al mástil del camino, y aquella puerta en mi espalda clavando su espina cual crucifixión.

Los silbidos de los muertos en mis plantas, y transmutan en espinas que clavan la mirada sobre mi silueta. Atado al paso del tiempo que no debilita el nudo. Y ¿Para qué es entonces todo esto si no es para ti y mucho menos para mí? Esta victoria no era la que esperaba, sollozando en los pasajes en donde el atardecer no es más que un sordo apoyado sobre la acera. Y cómo es que yo iba a saber que todo terminaría de esta manera, sobreviviendo en la manada de los caídos y hambrientos.

Así que me he convertido en el mensajero de la muerte, y el dador de vida, aquél que guarda la morada de la noche para que no entre oscuridad. "Serás el martillo de la guerra" escuché entre sus gritos y heme aquí, en el matadero de carbonato, atado por un sacrificio eterno, solo en el desierto. Y es que la justicia y la misericordia no conviven el uno y el otro y, aquí tocando al portón, juzgo quién es quién. Tomo por las escamas al final de su tiempo y convierto el minuto en la decisión del juez. La luz y el fuego, consumiéndome por los pies, pero no me puedo interponer.

Asesinar o ser asesinado, qué manera de vivir o morir, sufrimiento como paga a aquel que una vez fui. No logro distinguir el final de este ciclo. ¿Y cómo podría ver aquello que no tiene límite? ¿Saber el daño que he hecho si es que no puedo sentir? ¿Entenderé las consecuencias, si ni yo comprendo el mal mayor de mi castigo? Y es que no puedo avanzar, atado hacia atrás, cada paso es una agonía más. Sin aire, sin pulsación, sin vista a aquel color que extraño recordar. La memoria tiene filo y decapita el recuerdo del violeta que me permitía sangrar. Así que no tuve más alternativa, cerrar la puerta que impide el paso de la noche, acariciar el cráneo de la sequedad y es que no sé si ya he perdido la vida...

¿Pero podré alguna vez dejarlo atrás...?

Cantos de un corazón fragmentadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora