A la mañana siguiente hice algo insólito: me quedé dormida. Llegaba tarde, así que salí de la cama y gruñí al sentir que mis músculos protestaban. No había estirado después de mi tabla de entrenamiento el día anterior y ahora sufría las consecuencias. Fui trastabillando hasta el baño para llevar a cabo mi rutina diaria. Sin embargo, esa mañana me sentía un tanto descentrada. Tenía la cabeza abotargada, pero no estaba cansada. De hecho, había dormido fenomenal, después de...
Oh, Dios, me acosté con la señorita Griffin.
Ella me había llevado a su casa y prácticamente me había seducido. Y me había gustado. Incluso se las había ingeniado para colarse en mi subconsciente y en ese preciso momento recordé nítidamente lo que estaba soñando justo antes de despertar, una escena de la noche anterior: la señorita Griffin de rodillas, complaciéndome con sexo oral. Pero, a diferencia de la víspera, yo era quien llevaba las riendas. Con los dedos alrededor de su cola de caballo, yo embestía su boca mientras ella levantaba la mirada hacia mí, con una expresión recatada y lujuriosa a la vez, prácticamente suplicándome que la dominara.
Por el amor de Dios, ¿qué me está pasando?
Abrí el grifo de la ducha y sacudí la cabeza al colocarme bajo el chorro.
Nunca antes había sentido el deseo de dominar a una mujer; en ese momento recordé el sueño con todo lujo de detalles: cómo, después del sexo oral, la había penetrado bruscamente por detrás mientras ella gritaba de placer. Evidentemente, era consecuencia del sándwich que había tomado en su casa. No era conveniente comer antes de irse a dormir y había oído que podía provocar pesadillas. Mis inclinaciones no aparecían reflejadas en el sueño, y seguro que las de la señorita Griffin tampoco. Era obvio que le gustaba llevar la voz cantante en la cama y la versión que aparecía en mi sueño era la antítesis de la mujer con la que había pasado la noche.
¡Me he acostado con mi alumna! ¡Con esa alumna irritante, estrafalaria y malhablada a más no poder!
Me golpeé la frente con la mampara de la ducha, dos veces.
Ay.
Me froté la frente, sintiéndome como una verdadera idiota.
Al terminar me sequé apresuradamente, con la esperanza de zafarme del recuerdo de la noche anterior retomando mi rutina habitual, que incluía una incursión en el centro de la ciudad. Por lo general quedaba a comer con Lincoln dos veces a la semana, pues yo solamente pasaba en el campus tres de cada cinco días laborables y él solía salir casi todas las noches. El bar lo regentaba principalmente su amigo Murphy, por lo que Lincoln disponía de mucho tiempo libre para sus conquistas y para pasar lo que él consideraba «un buen rato».
No me explicaba por qué a Lincoln le agradaba pasar tanto tiempo conmigo teniendo en cuenta que me consideraba aburrida, aunque probablemente se debiera en parte a que pensaba que me encontraba sola. Yo disfrutaba a solas con mis libros y mi televisión, pero no podía negar lo agradable que sería contar con alguien con quien pasar el rato, y aspiraba a formar una familia algún día. La posibilidad de que eso ocurriera parecía cada vez más lejana a medida que pasaban los años y asistía a las bodas de mis amigos de la universidad y a los bautizos de sus hijos eternamente sola.
No obstante, no era de las que se quejan. La soledad se había convertido en una circunstancia intrínseca a mi condición. Incluso en el instituto, pasaba la mayoría de las noches y fines de semana sola. No encajaba en ninguna parte. Me tildaban de ratón de biblioteca por mis gafas y mi desgarbado porte y, cuando fui acogida en sus filas, lo único que descubrí fue mi falta de interés en los juegos de rol en general, el género de ciencia ficción, o los ordenadores. Me gustaba leer a los clásicos, escuchar los viejos discos de mi padre y jugar al ajedrez, lo cual me convirtió en una marginada incluso entre los marginados. En la universidad y en la escuela de posgrado la cosa resultó más fácil, y me reconfortó el puñado de buenos amigos que hice por aquel entonces, a pesar de que no los veía muy a menudo.
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Level 1 - Clexa G!P
RomanceClarke es su alumna. Lexa tiene mucho que aprender. La vida de la profesora Alexandra Woods está perfectamente planificada. Da sus clases martes y viernes, cena con sus padres los fines de semana y cada noche se va a dormir a una hora razonable. Sol...