Capítulo 8

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Me desperté con dolor de cabeza, todavía con la duda de si aceptar o no la invitación de la señorita Griffin a ir a su casa más tarde. Intenté trabajar un poco, pero al final me puse a ver películas con tal de distraerme. Más o menos a la hora de cenar consulté Facebook y vi que ella había actualizado su estado.

¡¡Pedazo de concierto!!

Una de sus amigas había colgado un comentario preguntándole si se apuntaba a una fiesta; se me secó la boca.

¿Se habrá olvidado de la invitación que me hizo?

Deslicé el cursor hacia abajo para leer qué había respondido a la pregunta de su amiga.

Gracias, pero tengo ganas de pasar una noche en casa.

Había añadido otro de sus emoticonos sonrientes.

¿Se referirá con eso a que me espera? ¿Qué hago?

Me puse a caminar de un lado a otro de la habitación y, con el estómago cerrado por los nervios, me salté la cena sin más. Seguía hecha un mar de dudas. Por mucho que odiara admitirlo, tenía ganas de acostarme con ella de nuevo. Tenía ganas de sentir sus labios contra los míos, su lengua en mi boca, sus suaves pechos en mis manos. Los sueños que me habían atormentado desde nuestro encuentro no hacían sino acrecentar mi ardiente deseo por volver a estar dentro de ella. El mero hecho de pensar en ello dolía.

Sin embargo, era consciente de que estaba mal. En la universidad existía un estricto reglamento que prohibía intimar con los estudiantes. Si me pillaban, sería el fin de mi trabajo y de mi credibilidad. Mi reputación se iría al garete en los círculos académicos, lo cual resultaría perjudicial para alguien en mi situación, pues aún aspiraba a hacerme un nombre en ese mundo. ¿Acaso podía poner en riesgo todas mis aspiraciones profesionales con tal de pasar un par de horas con una chica que ni siquiera me caía bien?

Tenía la respuesta delante de mis narices. No, no podía hacerlo.

Prácticamente me desplomé sobre el sofá y suspiré aliviada. Ahora que había tomado la decisión por fin podía relajarme. Declinaría su extraña proposición y mi vida recuperaría la normalidad, al igual que la suya al darse cuenta de que no iba a pisar su casa.

No obstante, me pregunté si se disgustaría. Le estaba dando plantón, ¿o no? A mí me había ocurrido en la universidad, cuando una cita a ciegas me dejó tirada, cosa que no me hizo ni pizca de gracia. Hacer lo mismo a la señorita Griffin me hacía sentir culpable. Ella no había hecho nada para merecer semejante desplante. Tal vez debía simplemente pasarme por allí a explicarle que no podíamos volver a vernos fuera de clase.

Me pareció una idea razonable. Después ella podría asistir a la fiesta a la que había sido invitada y yo marcharme a casa con la conciencia tranquila. Por un momento consideré si sería mejor simplemente mandarle un mensaje a través de Facebook, pero descarté la idea. De hacerlo, ella se daría cuenta de que yo había estado fisgando en su perfil como una de esas acosadoras de la red, y la verdad es que no quería que tuviese ese concepto de mí. Era mucho mejor un encuentro cara a cara; además, lo más prudente era no hacer ninguna mención de nuestro encuentro ilícito por escrito. Tras tomar una firme determinación, me dirigí al coche deseando resolver y zanjar ese episodio de enajenación mental transitoria.

Al cabo de media hora ya había aparcado en la puerta del apartamento de la señorita Griffin, donde llevaba cinco minutos sin mover un músculo.

¡Esto es absurdo! Haz el favor de subir y decirle: «Gracias, pero no».

Inspiré hondo y exhalé profundamente con la esperanza de calmar mis descontroladas pulsaciones. Sabía que técnicamente no iba a romper con la señorita Griffin, pero aun así me inquietaba su reacción al oír que no quería volver a acostarme con ella. También me preocupaba que no se tragase el cuento.

Level 1 - Clexa G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora