Pero no fue el caso. El viernes a primera hora de la tarde estaba hecha un auténtico manojo de nervios ante la perspectiva de ver a la señorita Griffin en clase. Estaba sentada en mi despacho procurando hacer de tripas corazón cuando mi compañero y amigo Brian entró. Tomó asiento al otro lado de la mesa y me miró con extrañeza.
—¿Estás bien? —preguntó.
—¿A qué te refieres?
—Pareces... distinta.
—Oh —dije.
—¿Te has cortado el pelo?
—No, es que se me queda así cuando no me lo peino después de secármelo con la toalla —expliqué, mientras me preguntaba por qué la conversación giraba en torno a mi pelo. Hasta la fecha nunca habíamos comentado mi aspecto.
—Está chulo —señaló, sonriendo—. ¿Tienes planes este fin de semana? ¿Alguna cita?
—No. Esta noche ceno en casa de mis padres y creo que el domingo Lincoln y yo iremos al gimnasio y luego a comer.
Lo mismo de siempre.
—¿Y tú? —pregunté.
—Jodie y las crías quieren ir al zoo, así que vamos a ir al zoo —respondió, sonriendo con impotencia—. A veces echo de menos estar soltero, tener todo el tiempo del mundo para mí.
Me encogí de hombros. Me constaba lo mucho que Brian quería a su mujer y a sus hijas gemelas y casi con toda seguridad no lo decía de corazón.
—Está sobrevalorado —le dije—. Lo de estar solo.
Él asintió.
—Pronto haremos algo. Solos tú y yo, ¿vale?
—Claro. —Sonreí a sabiendas de que probablemente no ocurriría.
Brian tenía familia y pasaba las noches en casa. Tal y como debía ser. Yo no envidiaba a mi amigo, pero sí deseaba mi propia versión de su vida. Deseaba tener a una mujer con la que pasar las noches y los fines de semana, alguien a quien le importase y que me llamase por teléfono. Alguien de quien poder ocuparme y con quien compartir mi vida.
Ya no deseaba estar sola.
Tal vez debía probar suerte y dejar que Lincoln por fin me concertara una cita a ciegas. La facultad parecía contar con una oferta insuficiente en cuanto a mujeres disponibles de más o menos mi edad, y no tenía ni la más remota idea de en qué otro lugar podía encontrar a una posible candidata dado que no me atraían mucho ni los bares ni los pubs. Además, dudaba que la mujer adecuada para mí frecuentase ese tipo de lugares. Yo necesitaba a alguien agradable y —quizá según el criterio de Lincoln— aburrida, aunque a mí no me lo parecería, ya que por lo visto yo misma era aburrida.
Absorta en mis pensamientos, casi olvidé mi nerviosismo, pero volvió multiplicado por diez cuando Brian se levantó y anunció que había llegado la hora de su clase de la tarde. Por mi parte, de camino al aula, noté las manos pegajosas de sudor y el corazón me latía con tanta fuerza que me preocupaba que alguien a mi alrededor reparara en ello. Necesitaba recuperar el control. Aquí era la profesora Woods, no la novata inepta que había sido en el dormitorio de la señorita Griffin. Me encontraba en mi territorio, donde se me respetaba y no necesitaba directriz alguna. Teniendo eso en mente, la clase seguiría su curso habitual. Al fin y al cabo, era fundamental que ninguno de los alumnos tuviera el menor indicio de que habíamos mantenido un encuentro íntimo.
Cuando llegué al aula, había unos cuantos alumnos al fondo y ni rastro de la señorita Griffin. Me puse a sacar mis notas y el libro que íbamos a tratar ese día:
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Level 1 - Clexa G!P
RomansaClarke es su alumna. Lexa tiene mucho que aprender. La vida de la profesora Alexandra Woods está perfectamente planificada. Da sus clases martes y viernes, cena con sus padres los fines de semana y cada noche se va a dormir a una hora razonable. Sol...