Capítulo 3.

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Quién diría que el día iba a acabar así: atados de pies y manos, sentados sobre el mugroso pajar de un establo abandonado y aguantando los ronquidos de hombres tan grandes como los osos de las cordilleras.

Elaine y Dorian tuvieron que aguantar durante todo el camino a aquel joven pelinegro charlar y reírse de chistes que no tenían ni una pizca de gracia. Ahora, al menos, tras un duro castigo compuesto de patadas y puñetazos por todo el cuerpo, estaban tranquilos. El muchacho suspiraba, porque al menos a ella no la tocaron, solo la obligaron a ver la paliza que le daban. Mejor eso a que ella también recibiese tal castigo, o incluso uno peor. Por suerte, por muchas miradas lascivas que aquellos hombres le habían lanzado, el consejero del rey había ordenado no tocarla. Según él, veía algo «especial» en ella.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó Elaine en un hilo de voz, intentando girar su cuerpo hacia el del muchacho.

—Podría estar peor. —Dorian tenía algún que otro moretón en el cuerpo, además de varios rasguños. Por suerte, apenas le dolían—. Solo espero que esta pequeña rabieta se le haya pasado -murmuró para sí.

—Dorian, ese chico... —Elaine se mordió el labio—. No tiene muy buena pinta. Creo que es un brujo que se hace pasar por consejero del rey; dudo mucho de que él permitiese esto.

—¿Entonces qué es? ¿Un criminal? ¿Un brujo que se dedica a dar palizas a los más inocentes?

A Elaine no le gustó nada aquella última frase. No estaba para bromas.

—Un brujo negro, Dorian. Si es un brujo negro estamos acabados.

—¿Por qué?

Un siseo se escuchó al fondo del establo.

—Porque... —Elaine susurró, pero se vio interrumpida tras notar que había un par de ojos fijos en ella.

—Hacéis mucho ruido.

De la penumbra se asomó la figura de une joven medianamente alte, tez tostada y ojos grandes y rasgados.

—Si no queréis que el jefe os haga comida para los lobos será mejor que os calléis. —Se sentó le joven enfrente de ellos, dejando ver el resto de sus facciones. Su cabello era parecido al de Dorian, pero poseía un tono más castaño. Aunque lo que más llamaba la atención eran sus diminutas orejas puntiagudas.

—¿Qué queréis de nosotros? No tenemos dinero —gruñó Dorian.

—Lo que quiera el jefe. —Se limitó a decir, encogiéndose de hombros.

—¿Y qué quiere?

—No lo sé.

Aquella conversación era absurda. Le joven no mostraba interés en darles una respuesta, pero también notaba que no lo tenía ni por los planes de su propio jefe. «Tal vez sea su esclavo», fue lo primero que pensó Dorian. El chico apartó la mirada de le joven para dirigirla ahora hacia Elaine. Por suerte, se había quedado dormida, aunque no sabía cómo.

—Si sois hechiceros, o seres mágicos, el jefe tan solo querrá vuestros poderes. Nada más -concluyó le muchache, levantándose para apoyarse en la vieja madera de la puerta.

—No somos ni hechiceros ni seres mágicos. —A Dorian le empezaba a sacar de quicio aquella situación. Le costaría creerse menos que los hubieran capturado para robarle tanto el dinero como la ropa, pero no hicieron ni una cosa ni otra.

—Algo habrá visto.

Parecía que la indiferencia era lo que destacaba de aquella persona. Hablaba de seres mágicos, como si elle no pudiera ser uno de ellos con aquellas orejas puntiagudas. Sin embargo, Dorian decidió no volver a intercambiar una palabra. Prefirió cerrar los ojos, e imaginar un escenario en donde descartaba las posibles opciones de huida.

 La Canción del Dragón (COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora