Capítulo 21.

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Henerick, junto a sus camaradas, llegaron a la ciudad de Gimmel tan rápido como pudieron. La noche también estaba viva gracias a las calles completamente iluminadas y el sonido de las voces de sus habitantes. Parecía que nadie dormía, porque las actividades nocturnas imitaban el ruido de las del mediodía. Todas las tabernas visibles estaban llenas, y dentro de ellas, se oía una mezcla entre risas y música.

Los grandes edificios destacaban por su belleza, y los jardines estaban repletos de flores que perfumaban y neutralizaban olores fuertes, como los que dejaban los caballos de la guardia real al pasar. Por suerte, al ser una de las ciudades más influyentes del reino, su higiene estaba muy controlada. El rey siempre lo había tenido en cuenta, y era todo un detalle por su parte; porque normalmente, se lavaba las manos en cuanto cuestiones de plebeyos se trataban. Los poblados más humildes estaban más descuidados, pero nadie tenía el suficiente valor para quejarse, porque sabían que la respuesta sería negativa. Ellos tenían preferencia por lugares importantes como Gimmel, la ciudad del arte; Esteria, la capital donde nacían los mejores guerreros; y Plürion, la ciudad con mayor exportación de pescado del reino.

—¿Qué hacemos? —Se atrevió a preguntar uno de los bandidos, el más distraído del grupo.

—Se supone que el dragón pasará por encima de esta ciudad. Es cuestión de esperar. —Henerick se rascó un poco la nuca mientras miraba por los alrededores.

—Luchar no, pero puede que lleguemos a un trato.

—¿Un trato con el dragón? ¿Y tú podrás hacer eso?

—La cuestión no es eliminar al dragón utilizando nuestra fuerza bruta. Es imposible, ni siquiera yo podría hacerlo. Hay que usar la cabeza. —La señaló con el dedo—. Una vez que nos ganemos su confianza, podemos envenenarlo. O no sé, algo se me ocurrirá. Si tenéis sugerencias soy todo oídos.

Se miraron entre todos y se encogieron de hombros. El grupo estaba compuesto por simples bandidos que estaban acostumbrados a encargos de menor rango: robar, estafar, espionaje e incluso asesinato. Para Henerick eso le suponía un problema, porque la cosa trataba de un dragón de carne y hueso, uno del tamaño de un gran edificio que podría arrasar pueblos enteros si quisiera.

«Así que tengo que hacerlo todo, ¿no es así, Ulrich?», pensó, quedándose quieto como si esperara una respuesta. Sus compañeros murmuraban y discutían sobre su captura. En caso de no poder hacerlo por las buenas, lo haría por las malas. Aunque eso supusiera poner su vida en peligro.

—Está bien, lo haré todo —concluyó—. Solo o pido una cosa: cualquier problema que suponga la interrupción de su captura tenéis que intervenir. Da igual lo que hagáis, como si queréis usar magia negra contra él. Tenéis el permiso para hacer lo que os plazca siempre y cuando no me salpique. Yo me encargaré del dragón. Ahora dispersaos, y si encontráis información útil no dudéis en buscarme. Nos vemos a primera hora en la entrada de la ciudad.

Sus muchachos asintieron, y comenzaron a desaparecer entre la muchedumbre. Henerick suspiró aliviado, en cierto modo estaba deseando tener ese momento de soledad del que carecía desde que el rey Ulrich les mandó a investigar. Se peinó el cabello con sus dedos, dejando más al descubierto las facciones firmes de su rostro y comenzó a caminar.

Se metió en una de las tabernas de Gimmel, que casualmente había sitio donde poder sentarse y tomar algo.

—¡Henerick! ¡Qué alegría verte por aquí!

Una de las mayores sorpresas que tuvo el brujo era la de oír la voz de Vidar. Hacía años que lo conocía gracias a las fiestas que se daban en la corte. El trovador que nunca fallaba y traía nuevas y emocionantes historias sobre seres fantásticos que habitaban antaño. Cuando lo vio no dudó en acercarse, posar una de sus manos sobre su hombro para saludarlo con un abrazo. Vidar también estaba emocionado y le dedicó una de sus mejores sonrisas. Lo invitó a sentarse a su lado junto a la barra.

 La Canción del Dragón (COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora