Capítulo 13.

32 6 2
                                    

Tanto a Sven como a Ernaline les hubiera gustado seguirle el ritmo a Thalia e ir con ella en busca de Dorian; pero la bruja no se sentía bien como para seguirle el rastro a una cazadora. Había consumido parte de su energía en crear aquel pajarito de fuego, y sus párpados comenzaban a pesarle un poco. Además, tampoco había comido, por lo que el cansancio se le unía al hambre.

El elfo la ayudó a levantarse, poco a poco, sujetándole las manos y dio un par de pasos hacia la puerta sin soltarla. Las piernas de Ernaline temblaban como si estuviesen hechas de flan, pero sabía que ese efecto pasaría en cuanto tuviese algo en el estómago.

Los efectos secundarios de la magia eran algo que toda bruja sufría si sobrepasaba sus límites. Ella sabía que podía hacer más que un pájaro de fuego, pero las condiciones eran las que eran y con apenas fuerza no era de extrañar que estuviese tan limitada. Apenas sentía el fuego en su interior, pero cuando se concentraba, lo notaba, pero de un color azul apagado. El color del elemento variaba dependiendo de sus emociones y la potencia con la que quiere invocarlo. El morado era el más letal, el que se manifestaba con la ira; el rojo era una mezcla entre dicha emoción y la nostalgia; y por último, los verdes y azulados, con la tristeza, aparte de ser menos potente. Según decía su matriarca, el elemento sentía lo que ella sentía, y eso debería de bastar para dominar su poder.

—Deberías cambiarte de ropa —sugirió el elfo, una vez que vio que Ernaline era capaz de atender a los estímulos de su alrededor—. Puedo mirar en objetos perdidos si se han dejado algo.

Ernaline dio un brinco, clavando la mirada en la del elfo, que expresaba serenidad.

Estuvo a punto de negarse, de pasar de largo y salir corriendo; pero no era buena idea hacerle caso a sus impulsos. Ya lo hizo antes, y acabó atada a un poste con una mano extendida a la vida y otra a la muerte; porque, a pesar de saber que el fuego no la mataría, sus captores se habrían dado cuenta y buscarían otra forma de acabar con su existencia.

Acabó asintiendo, y Sven le regaló una sonrisa.

—Ahora vuelvo —dijo antes de salir por la puerta.

Bajó las escaleras con ligereza y se posó delante del posadero, que estaba empezando a sacar los desayunos para sus huéspedes. En cuanto vio la figura del elfo, se acercó dejando todo lo que tenía entre manos y dio un grito para llamar a los camareros y que se ocupasen ellos de acabar la tarea.

Sven no le había quitado ojo y en cuanto se acercó señaló hacia el interior mientras le preguntaba si por un casual había algún vestido en objetos perdidos, que hacía poco su hermana había estado allí con una amante y se había dejado una de sus prendas por la habitación. Al posadero le extrañó su argumento, y puso cara de saber a quién se le olvidaría la ropa en una taberna, pero luego recordaba que muchas de las prostitutas que llegaban entraban con ella, y salían por la noche con parte de la ropa de sus amantes. Que en realidad se vestían como campesinas para jugar con sus clientes.

El hombre desapareció y volvió con un vestido azul marino cuyo encaje se extendía a partir de la mitad de la falda en adelante, además de tener bordados de color plateado por el pecho. Aquel vestido no parecía ser de una campesina, tal y como le había mencionado el posadero, sino de alguien de más estatus. Sin embargo, Sven no se lo pensó dos veces y asintió convencido para que fuese creíble.

Después de un par de agradecimientos, y un menú de desayuno en sus manos, subió y entró en la habitación lo más rápido posible.

Ernaline estaba en la cama, sentada tratando de quitarse toda la mezcla de polvo y barro que tenía en su propio vestido y abrió la boca, sorprendida, de ver al elfo con las manos llenas. Ella se acercó a ayudarlo, dejando la bandeja de comida en la cómoda de madera, y agarró el vestido con las manos, extendiéndolo y admirando su belleza.

 La Canción del Dragón (COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora