IV

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Wanda...

Conforme avanzaba iba dejando los pasillos en la penumbra, iluminando solo el centro de la habitación, donde yacían sus hijos, dormían con tanta paz que se sintió culpable por todo lo que les pasaba. Para los pequeños que dormían todo podría ser una vida de ensueño y mágica; la fantasía se mezclaba con su realidad. Sin embargo, para su madre era todo lo contrario.

Wanda...

Un ligero temblor en las paredes revelaba sus propios sentimientos. Por fin había sido capaz de crear algo que no estaba sujeto a ella, sin embargo sus emociones causaban estragos en la realidad. Debía relajarse o de lo contrario pondría en peligro a sus hijos.

Wanda...

El sonido del reloj de pendulo sobre la pared se volvía su unica compañía, todo desde su interior se desmoronaba, pero debia resistir el peso de haber roto ls reglas una vez mas. La voz en su cabeza cobraba mas presencia, sin saber su proceder, se giró molesta hacia ese maldito libro.

Wanda...

—¡Dejame sola! —levantó la voz y se cubrió la boca temiendo despertar a los gemelos. Les dedicó una última mirada antes de salir de la habitación. Solo Billy se movía inquieto y no dejaba de gemir entre sueños. Una pesadilla.
Wanda tomó el libro entre sus brazos y se alejó de sus hijos para interactuar sin despertarlos. Dejó caer el Darkhold en el suelo del pasillo, lo había arrojado con tanta fuerza que, de no ser un libro mágico, este se habría despedazado por completo.
Sin embargo, el poder del libro la inquietaba, era como un mar de tribulaciones que ni siquiera ella misma podía conocer, su propio dolor renacía desde el interior, eran las culpas que deseaba expiar con tanto fervor pero ya no había marcha atrás, lo hecho no podía dejar de ser y por más que ella lo intentase reparar, si pudiese, no cambiaría todo el mal que ya había provocado.
Repugnada por sus propias acciones, convaleciente de la poca capacidad de autocontrol que poseía de sí misma, se dejó caer al suelo entre lloriqueos. Cuidaba que sus berridos no despertasen a sus hijos, pero tarde o temprano debía de estallar.
—¡¿Por qué siempre tengo que ser yo?! —se reprochó tirando de su cabello y dándose golpes considerables en la cabeza, como si ella misma se reprendiera.
Miró al libro una vez más, sofocada por su presencia pero demasiado molesta como para dejarse someter por los propios poderes del libro.
—Todo es culpa tuya, ¡maldito libro! Pero ya no voy a dejar que me manipules.
Erguida y rígida como una roca, Wanda dio un  pisotón en el suelo del pasillo creando así una habitación sin puertas sin ventanas ni cualquier otra salida que pudiese existir, dispuesta a aprisionarlo para siempre. Elevó sus manos envueltas en un destello rojo haciendo crecer raíces del suelo que envolvían al libro formando una especie de pedestal donde reposar. Invocó una cadena roja y las runas resplandecían a su alrededor. 

No importaba cuantos hechizos lanzara, sabía que no lo detendría, aunque ya de nada podría servir, pues el daño estaba hecho. Por culpa del libro había causado un desastre, pero no podía quedarse de brazos cruzados, algo debía hacer, después de todo el libro contiene el conocimiento, pero el poder es de ella, siempre lo ha sido, si ella rompió la realidad, también podría reparar.

Como la habitación no tenía una salida, Wanda tuvo que desaparecer y aparecer fuera del nuevo salón creado para contener el libro. No era prudente dejar solos a sus hijos, porque eran su mayor secreto, aún sobre el Darkhold. De ser descubierta ella renunciaría al libro de hechizos más poderoso, pero jamás a sus hijos. Renunciar a un amor perdido aún parecía afectarle, gracias al libro recuperó a sus hijos, y si alguien se atreviera a confrontarla..., bueno, ni siquiera ella conocía la respuesta.

Wanda...

De nuevo esa maldita voz. Se detuvo en el medio del pasillo para dedicarle una ultima mirada a la prisión del libro, pero no percibía su energía. Esa voz parecía provenir de otro lugar, quizás no era un lugar sino alguien que solo ella podía escuchar. 

El Multiverso de la LocuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora