Ofelia Perry siempre ha sentido que su feminidad es un obstáculo en una sociedad que la silencia. Tras ser expulsada de una escuela para señoritas, se une a su hermano Neil en la rígida Academia Welton, donde las reglas parecen sofocar su libertad.
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──── HELLTON ────
SEPTIEMBREDE1959
Con frustración, era la décima vez en el día en la que Ofelia suspiraba. No podía creer que su destino iba a deparar en un instituto en el cual, el sexo masculino, era abundante.
Sin duda era una pesadilla para la chica.
Deseaba poder abrir la puerta del auto en movimiento y saltar por la carretera. Podría vivir en el bosque comiendo arándanos quizás.
Rió levemente, llamando la atención de su mellizo.
- ¿Qué es tan gracioso - le preguntó con una sonrisa burlona.
Ella se giró hacia él.
- Nada, estaba pensando si puedo saltar del auto en pleno movimiento, porque no quiero ir a la mierda de instituto - se cruzó de brazos viendo hacia la ventanilla
- ¡Ofelia! - llamó la atención su padre - Esto te lo estás buscando tú sola, nos desafiaste y no sabes ajustarte a las normas que se te imponen... ¡Y nada de groserías!.
Ella rió sin gracia.
- ¿En serio me lo busqué? Yo simplemente me resigné a tener que aprender como ser una buena ama de casa, porque claro, en esta bendita sociedad las mujeres solo servimos para eso - resopló - ¡Mamá! Dí algo, tú también eres mujer.
- Cariño, la decisión ya la hemos tomado, vas a tener que acostumbrarte - miró a su hija a través del retrovisor.
- Esto es increíble - susurró.
Neil la abrazó por los hombros moviéndola un poco.
- Vamos, no va a ser tan malo, vas a conocer a mis amigos y, vamos a estar juntos - trató de tranquilizarla.
- Claro... es una emoción para mi estar con adolescentes llenos de hormonas - dijo con sarcasmo sacándole una pequeña carcajada a su hermano - Pero si, estar contigo quizás sea bueno.
Se sonrieron.
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Ya estaban sentados apreciando dicha ceremonia de iniciación, Ofelia estaba aburrida, no quería estar allí y se podía reflejar en su cara.
- Desearía no haber pateado a esa monja... - maldijo en voz baja para que nadie la escuchara.
De pronto, entre todo el aburrimiento, se aturdió al ver como los alumnos, entre ellos su hermano, se levantaban y pronunciaban en voz alta:
